viernes, 21 de febrero de 2014

LA VOZ DE LA IGLESIA PRIMITIVA




Que hablen los primeros cristianos
David W. Bercot.
Traducido del inglés por Ernest Strubhar


CONTENIDO

 1. El prisionero
 2. ¿Quiénes eran los primeros cristianos?
 3. Ciudadanos de reino
 4. ¿Será lo bueno y lo malo cuestión de cultura?
 5. ¿Por qué tuvieron éxito ellos cuando nosotros fracasamos
 6. Lo que creyeron acerca de la salvacion
 7. Lo que el bautismo significaba a los primeros cristianos
 8. La prosperidad: ¿una bendición o una trampa?
 9. ¿Quién entiende mejor a los apóstoles?
 10. El cristiano más influyente de toda la historia
 11. ¿Fue la Reforma un retorno al cristianismo primitivo?
 12. El renacimiento del cristianismo primitivo





El prisionero

El carro tirado por caballos rodaba por las calles empedradas de la antigua ciudad de Esmirna. El prisionero Policarpo podía oír los gritos del gentío enloquecido dentro de la arena romana. Los perros de la calle seguían al carro, ladrando locamente. Niños curiosos, con ojos llenos de emoción, se corrían a un lado para darle paso. Y caras sin número se asomaban curiosas a las ventanas.
Deteniéndose afuera de los altos muros de la arena, el guarda sacó al prisionero del carro como si fuera un bulto de basura. No le importó que las piernas del prisionero quedaran lesionadas.
Ya hace semanas que el pueblo insistía en que este hombre fuera arrestado y ejecutado. Pero no tenía apariencia de malhechor este anciano delicado, con cara arrugada. Su cabello y barba eran blancos, como las nubes en el cielo mediterráneo aquella tarde. El prisionero entró en la arena, cojeando. Y las nuevas corrieron de una persona a otra que éste era Policarpo, el criminal vil cuya muerte habían venido a ver.
Su delito, ¿cuál era?
Era el líder en aquella ciudad de una secta supersticiosa, la secta conocida por el nombre cristianos.
El anciano, guiado por soldados, se acercó al procónsul romano, mientras el gentío gritaba su aprobación. Querían ver sangre esta tarde. Pero la cara del procónsul se ruborizó. ¿Era éste el criminal peligroso a quien querían dar muerte?
El procónsul se inclinó hacia adelante y habló en voz baja al anciano prisionero.
—El gobierno romano no quiere perseguir a los ancianos. Sólo jura por la divinidad de César y te pondré en libertad.
—Esto no puedo hacer.
—Entonces sólo grita: “Abajo con los ateos”, y bastará. (Ya que los cristianos no tenían ni dioses ni templos, muchos creían que eran ateos.)
Con gran calma el prisionero dio la vuelta y señaló hacia el gentío que gritaba por su muerte. Entonces, mirando hacia el cielo, gritó a toda voz:
—¡Abajo con los ateos!
El procónsul quedó desconcertado al ver la respuesta del prisionero. Este había hecho lo que se le mandó, pero no de la manera esperada. No satisfaría al gentío loco que seguía gritando por su muerte. El procónsul quería poner en libertad a este anciano, pero tenía que aplacar a la gente.
—¡Maldice a Jesucristo! —ordenó.
Por unos momentos Policarpo miró fijamente al rostro severo del procónsul. Luego habló con calma:
—Por ochenta y seis años he servido a Jesús, y él nunca me ha hecho mal alguno. ¿Cómo, pues, podré maldecir a mi Rey y Salvador?
Mientras tanto, la multitud se impacientaba más. Querían sangre, y el procónsul lo sabía. Tenía que hacer algo.
—Jura por la divinidad de César —le instó otra vez.
Pero el prisionero contestó sin demorar:
—Ya que usted aparenta no saber quién soy, permítame ayudarle. Digo sin vergüenza que soy un cristiano. Si usted desea saber qué creen los cristianos, señale una hora, y yo con gusto se lo diré.
El procónsul se agitó.
—No me tienes que persuadir a mí. Persuade a ellos —dijo, señalando hacia la multitud impaciente.
Policarpo dio un vistazo al tumulto que llenaba la arena. Habían venido para ver la diversión de sangre. Eso querían, nada menos.
—No abarataré las enseñanzas de Jesús ante tales personas.
Ahora el procónsul se enojó.
—¿No sabes que tengo a mi poder los animales feroces? ¡Los soltaré de inmediato si tú no te arrepientes de estas necedades!
—Muy bien. Suéltelos —replicó Policarpo, sin miedo—. ¿Quién ha oído jamás de que una persona se arrepintiera de lo bueno para andar en pos de lo malo?
El procónsul solía vencer aun a los criminales más fuertes con sus amenazas, pero este anciano más bien lo vencía a él. Su cólera montaba.
—Bien, si los leones no te dan miedo, óyeme. ¡Te quemaré vivo si no maldices a Jesucristo ahora mismo!
Lleno del Espíritu Santo, Policarpo contestó con gozo y valor:
—Me amenaza usted con un fuego que se apaga después de una hora. ¿No sabe que vendrá un fuego eterno, el fuego de juicio reservado para los impíos? ¿Por qué esperar más? Haga conmigo lo que va a hacer.
El procónsul no había querido que saliera de esta manera. El había querido conquistar a este viejo. Había esperado verle de rodillas, rogando por misericordia. Pero el prisionero . . . el anciano . . . había conquistado al procónsul. Y éste se recostó en su silla elegante, humillado y enfurecido.
Mandó heraldos a diferentes sitios en la vasta arena para anunciar lo que Policarpo había dicho. Cuando se anunció el último desafío de Policarpo, una ola de furia corrió por la multitud. ¡Esto harían! Lo que ellos habían querido desde el principio. Con gritos agudos, saltaron de sus sillas y corrieron por los corredores. Se lanzaron hacia las puertas que daban a las calles. Corriendo locamente, buscaron leña dondequiera. Saquearon las tiendas. Entraron hasta en los baños públicos y robaron la leña de allí. Y se apresuraron para volver a la arena, cargados con leña para prender el fuego. Amontonaron la leña alrededor de la pira preparada, a la cual los soldados ya clavaban las manos y las piernas de Policarpo.
Pero él habló con confianza a los soldados:
—Déjenme así como estoy. El que me fortalece contra el fuego me ayudará a permanecer en él sin que me aseguren.
Después de permitir que Policarpo orara, los soldados prendieron el fuego.1
Al quemar a Policarpo, el pueblo de Esmirna creía que lo pondrían en el olvido y que la despreciada secta de los cristianos se acabaría. Como el procónsul que había esperado intimidar a Policarpo, así creía el pueblo que los cristianos se intimidarían y olvidarían su fe. ¡Qué equivocación! Resultó todo lo contrario. En vez de intimidarse por la muerte de Policarpo, su líder, los cristianos cobraron más ánimo. Y su número aumentó.
Paradójicamente, lo que los romanos no podían hacer, la iglesia misma después hizo. Hoy en día, el nombre de Policarpo descansa en el olvido, y el cristianismo de aquel entonces no existe.



¿Quiénes eran los primeros cristianos?

Todavía recuerdo que el profesor de inglés en la universidad trataba de impresionarme con la importancia de definir los términos que usaba en mis composiciones. Le presté poca atención en aquel entonces, pero me di cuenta de la importancia de su consejo cuando empecé a hablar de los primeros cristianos. Siempre alguien me hacía la pregunta: “¿Qué quiere decir usted cuando se refiere a ‘los primeros cristianos’?” Permítame, pues, definir este término. Cuando hablo de “los primeros cristianos”, me estoy refiriendo a los cristianos que vivían entre los años 90 y 199 d. de J.C. 
El apóstol Juan estaba vivo al principio de esta época. En esta primera generación de primeros cristianos, había gente que había conocido personalmente a alguno de los apóstoles. Habían recibido instrucción de ellos. Policarpo sirve como ejemplo de tales personas. El fue instruido por el apóstol Juan. Esta época terminó con un hombre que fue enseñado por Policarpo: Ireneo. Así había un solo eslabón humano entre él y los apóstoles. Al decir “cristianismo primitivo”, me estoy refiriendo a las creencias y prácticas de la comunidad de primeros cristianos, en todo el mundo, que mantenían los vínculos de compañerismo entre sí. No hablo de las creencias y prácticas de los que eran llamados herejes. Usando la figura de la parábola en Mateo 13.24-30, hablo sólo del trigo. No hablo del campo que contenía tanto el trigo como la cizaña. 
Entonces este libro se dedica a describir a los primeros cristianos que vivieron entre los años 90 y 199 d. de J.C. Pero los cristianos del siguiente siglo generalmente mantuvieron las mismas creencias y prácticas. Los grandes cambios en la doctrina cristiana se hicieron después de 313, año en que el emperador romano Constantino legalizó el cristianismo. Por esta razón, en este libro utilizo algunas citas de escritores que vivieron entre los años 200 y 313, con tal que concuerden con las creencias de los que vivieron en el siglo después de los apóstoles. ¿Eran éstos “los santos padres”? 
Cuando yo empiezo a hablar de los escritores entre los primeros cristianos, muchas personas luego responden: “Ah, bien. Usted se refiere a ‘los santos padres’ de la iglesia.” Pero estos escritores no eran “santos padres de la iglesia”. La mayoría de ellos eran cristianos ordinarios que trabajaban con sus manos, aunque sí tenían más educación que muchos otros en su tiempo. Se hubieran indignado con cualquier persona que se hubiese atrevido a llamarlos “santos padres”. No tenían tal nombre. Los únicos “padres” de la iglesia que ellos conocían eran los apóstoles—y no los llamaron padres. 
En verdad, el hecho de que estos escritores no eran padres de la iglesia añade gran valor a sus escritos. Si ellos fueran “padres” de algún gran sistema teológico, sus escritos serían de poco valor para nosotros. En tal caso, aprenderíamos sólo las doctrinas que tales teólogos hubieran propuesto. Pero los cristianos en el segundo siglo no escribieron obras de teología. Ningún cristiano del segundo siglo puede ser llamado teólogo. No existía en ese tiempo una teología sistemática en el sentido actual, ni en todo el mundo antes del emperador Constantino. 
Los escritos de la iglesia primitiva pueden ser divididos en tres clases: (1) obras de apología que defendían las creencias cristianas frente a los ataques de los judíos y de los romanos; (2) obras que defendían al cristianismo contra los herejes; y (3) correspondencia entre iglesias. Estos escritos dan testimonio de las creencias y prácticas universales en la época después de la muerte de los apóstoles. Y es esto lo que les da gran valor. 
Si hubiera un cristiano entre los años 90 y 313 a quien pudiéramos llamar “teólogo” sería Orígenes. Pero Orígenes no imponía sus creencias sobre otros cristianos. Al contrario, el era el menos dogmático de todos los escritores de los primeros siglos de la época cristiana. Y en esta época ningún escritor mantenía un dogma estricto, sino sólo en los puntos más básicos de la fe cristiana. 
Uno de los distintivos del cristianismo primitivo es la carencia de muchos dogmas inflexibles. En realidad, mientras más atrás uno va en la historia del cristianismo, menos de teología halla. Sin embargo, aunque había mucha diversidad entre los primeros cristianos , todavía hallé que había muchos de los mismos temas y creencias expresados en todos los escritos de ellos. Este libro examina estas creencias y prácticas universales de los primeros cristianos . 
Con este propósito, no hablo en este libro de ninguna creencia ni práctica de la iglesia primitiva a menos que cumpla los siguientes requisitos: 
1. Todos los primeros cristianos que escriben del tema concuerdan en lo que dicen; y 
2. Por lo menos cinco escritores, distantes los unos de los otros en cuanto a geografía y tiempo, escriben del mismo tema. 
Realmente, la mayoría de los puntos que presento en este libro son apoyados por el testimonio de más de cinco escritores. 
Una introducción breve a ocho de los escritores principales
Antes de presentar las creencias de los primeros cristianos, quiero introducir algunos de los escritores principales los cuales voy a citar: 
Policarpo: Discípulo del apóstol Juan. Policarpo, de cuya muerte hablamos en el primer capítulo, servía de modelo de fe y de devoción a las congregaciones de Asia. En su juventud él acompañó al apóstol Juan y aprendió a sus pies. Evidentemente, Juan mismo lo ordenó como obispo de la congregación en Esmirna. 2 Si es correcto que “los ángeles” de las siete iglesias de Apocalipsis se refieren a los obispos de las iglesias, entonces “el ángel” de la iglesia en Esmirna pueda haber sido el mismo Policarpo. (Véase Apocalipsis 1.20 y 2.8.) Si es así, qué grato es notar que el Señor Jesucristo no reprendió en nada a la iglesia de Esmirna. 
Policarpo vivió hasta una edad de por lo menos 87 años. Fue martirizado alrededor del año 155 d. de J.C. I
Ireneo: Eslabón importante con los apóstoles Uno de los discípulos personales de Policarpo fue Ireneo, quien después se mudó a Francia como misionero. Cuando el obispo de la congregación en Lyon fue muerto en una ola de persecución, Ireneo fue llamado para tomar su lugar. La iglesia en todo el mundo elogiaba a Ireneo como hombre justo y piadoso. Como discípulo de Policarpo, quien a su vez era discípulo del apóstol Juan, Ireneo sirve como eslabón importante con la época de los apóstoles. Fue martirizado cerca del año 200. 
Justino: Filósofo convertido en evangelista. Durante la vida de Policarpo, un filósofo joven llamado Justino emprendió un viaje espiritual en búsqueda de la verdad. El solía andar en un campo solitario que miraba hacia el Mar Mediterráneo para meditar. Un día mientras andaba allí vio que un anciano caminaba tras él. Deseando la soledad, Justino se dio vuelta y miró bruscamente al anciano intruso. Pero el anciano no se molestó. Más bien comenzó a conversar con Justino. Al aprender que Justino era filósofo, el anciano le hizo preguntas escudriñadoras, preguntas que ponían a la luz lo vacío de la filosofía humana. Años después, Justino contó los recuerdos de aquel encuentro, escribiendo: “Cuando el anciano había terminado de hablar estas cosas y muchas más, se fue, exhortándome a que meditara en lo que había hablado. Desde entonces no lo he visto, pero de inmediato una llama se encendió en mi alma. Me inundó un gran amor por los profetas y los amigos de Cristo. Después de reflexionar más en lo que el anciano me había dicho, me di cuenta de que el cristianismo era la única filosofía verdadera y valiosa.”3 Aun después de convertirse al cristianismo, Justino siempre se ponía su túnica de filósofo para dar a conocer que él había hallado la única filosofía verdadera. En verdad, él se convirtió en evangelista para los filósofos paganos. Dedicó su vida a aclarar el significado del cristianismo a los romanos cultos. Sus defensas escritas a los romanos son las apologías cristianas más antiguas que existen. 
Justino se demostró evangelista capacitado. Convirtió a muchos romanos a la fe cristiana, tanto cultos como incultos. Al fin, un grupo de filósofos, tramando su muerte, le mandaron aprehender. Justino escogió morir antes de negar a Cristo. Fue martirizado hacia el año 165. Después de su muerte, fue conocido por muchos como Justino el mártir. 
Clemente de Alejandría: Instructor de nuevos conversos. Otro filósofo que halló el cristianismo en su búsqueda de la verdad fue Clemente. Viendo la vanidad de la filosofía humana, se volvió a Cristo. Después de convertirse en cristiano, viajó por todo el imperio romano, aprendiendo los preceptos de la fe cristiana personalmente de los maestros cristianos más ancianos y estimados. Los escritos de Clemente, fechados hacia el año 190, reflejan la suma de la sabiduría de sus maestros. Han inspirado a muchos cristianos a través de los siglos, inclusive a Juan Wesley. Con el tiempo, Clemente se mudó a Alejandría, Egipto. Fue ordenado anciano en aquella congregación y encargado de instruir a los nuevos conversos. Por lo general se le llama “Clemente de Alejandría” para distinguirlo de otro Clemente, quien era obispo de la iglesia en Roma a fines del primer siglo. En este libro, si no lo explico de otra manera, cuando hablo de “Clemente” me refiero a Clemente de Alejandría. 
Orígenes: Una mente aguda dedicada a Dios. Entre los alumnos de Clemente en Alejandría había un joven hábil llamado Orígenes. Cuando Orígenes tenía sólo 17 años, estalló una persecución severa en Alejandría. Los padres de Orígenes eran cristianos fieles, y cuando su padre fue apresado, Orígenes le escribió una carta, animándolo a que permaneciera fiel y no renunciara a Cristo por causa de su preocupación por su familia. Cuando se anunció la fecha para su juicio, Orígenes decidió acompañar a su padre al juicio para morir con el. Pero durante la noche anterior, mientras dormía, su madre escondió toda su ropa para que no pudiera salir de la casa. Así es que se le salvó la vida. 
Aunque tenía sólo 17 años, Orígenes se distinguió en la iglesia de Alejandría por el cuidado amoroso que prestaba a sus hermanos en la fe durante la persecución. Pero las turbas enfurecidas también notaron el cuidado de Orígenes por los cristianos perseguidos, y en varias ocasiones Orígenes apenas escapó con la vida. 
Orígenes había aprendido la gramática y la literatura griega de su padre, y empezó a dar clases privadas para sostener a sus hermanos menores. Era maestro tan sobresaliente que muchos padres paganos mandaron a sus hijos a recibir instrucción de Orígenes. Pero muchos de estos jóvenes se convirtieron en cristianos como resultado del testimonio de Orígenes. 
Mientras tanto, Clemente, el maestro encargado del adoctrinamiento de los nuevos conversos, estaba en peligro. Los oficiales de la ciudad tramaron su muerte, y él se vio obligado a escapar a otra ciudad para continuar su servicio cristiano. En una decisión extraordinaria, los ancianos cristianos de Alejandría le nombraron a Orígenes, de sólo 18 años, para tomar el lugar de Clemente como maestro principal en la escuela para los nuevos conversos. Fue decisión sabia, y Orígenes se dedicó de corazón a la obra. Dejó su profesión de pocos meses como instructor de gramática y literatura. Vendió a plazos todos sus libros de obras griegas, viviendo en la pobreza de lo poquito que recibió mensualmente de la venta de ellos. Rehusó aceptar sueldo alguno por su trabajo como maestro cristiano. Y después de sus clases de cada día, estudiaba las Escrituras hasta horas avanzadas de la noche. 
Pronto Orígenes llegó a ser uno de los maestros más estimados de su día. A los pocos años, algunos de sus alumnos le pidieron que diera una serie de discursos de exposición bíblica, comentando sobre cada libro de la Biblia, pasaje por pasaje. Los alumnos pagaron escribas los cuales escribieron lo que Orígenes decía, y estos escritos llegaron a ser los primeros comentarios bíblicos que se produjeron. No fue intención de Orígenes que estos comentarios se tomaran muy en serio. A menudo él se salía del texto y daba suposiciones personales. En todo el comentario, mantuvo un espíritu apacible, poco contencioso. Muchas veces terminó su discurso, diciendo: “Bien que así me parece a mí, pero puede ser que otro tenga más entendimiento que yo”. 
Orígenes tenía una de las más brillantes mentes de su día. Estaba en correspondencia personal con uno de los emperadores romanos. Pero su fama también atrajo la atención de los enemigos de los primeros cristianos. Varias veces tuvo que trasladarse para otro lugar para escapar de la persecución. Sin embargo, llegó a los 70 años. En ese entonces sus perseguidores lo aprehendieron y lo torturaron. Pero por más que lo torturaron, él no negó a Jesús. Y al fin dejaron de torturarlo, exasperados. Con todo, Orígenes nunca se recuperó de la tortura y al fin murió. 
Tertuliano: Apologista a los romanos. A los primeros cristianos del occidente, Tertuliano es quizás el más conocido de todos los escritores cristianos de los primeros siglos. Llegó a ser anciano en la iglesia de Cartago en el África del norte.4 Tertuliano era uno de los apologistas más hábiles de la iglesia primitiva. El escribió en latín, no en griego como la mayoría de los primeros cristianos. A Tertuliano se le recuerda por varios dichos famosos, por ejemplo: “La sangre de los mártires es la semilla de la iglesia”. 
Tertuliano escribió entre los años 190 y 210 d. de J.C. Además de sus obras apologéticas, Tertuliano escribió varias obras cortas, tanto cartas como tratados, para animar a los cristianos apresados o para exhortar a los creyentes que mantuvieran su separación con el mundo. 
Al final de su vida, Tertuliano se unió a la secta montanista, la cual por lo general se aferró a la doctrina cristiana ortodoxa, pero añadió normas estrictas sobre la disciplina en la iglesia y el trato duro del cuerpo. Por lo menos la mitad de las obras de Tertuliano se escribieron antes que él se hiciera montanista. Y además, ya que este grupo no se apartó de los fundamentos de la fe cristiana, aun sus escritos de después tienen gran valor en iluminar el pensamiento de los primeros cristianos. Con todo, he citado de sus obras montanistas sólo con mucho cuidado. 
Cipriano: Un rico que todo lo entregó a Cristo. Uno de los alumnos espirituales de Tertuliano se llamaba Cipriano. Había sido romano rico, pero se convirtió en cristiano a la edad de 40 años. Aunque alumno de Tertuliano, no se unió a los montanistas. Siempre se opuso a los herejes y a las tendencias sectarias. 
Como cristiano recién convertido, Cipriano estaba tan agradecido por su vida nueva en Cristo que vendió todo lo que tenía y lo repartió a los pobres. Se gozó de estar libre del peso de las responsabilidades de sus posesiones materiales. Sus escritos contienen unas de las palabras más conmovedoras que jamás se han escrito acerca del nuevo nacimiento del cristiano. Su entrega total a Cristo pronto ganó el respeto de la iglesia en Cartago. Después de unos pocos años, en una decisión sin precedente, le llamaron a ser obispo de la iglesia allí. 
Los escritos de Cipriano tienen un valor especial ya que constan mayormente de cartas personales a otros ancianos cristianos e iglesias. En sus cartas vemos los intereses y los problemas diarios de las congregaciones cristianas de aquel entonces. Cipriano se vio obligado a trabajar como pastor clandestinamente, ya que durante la mayor parte de su ministerio rugía la persecución contra la iglesia primitiva. Como pastor, trabajaba incansablemente, dando su tiempo y su vida por el rebaño de Cristo que le había sido encomendado. Al fin, fue aprehendido por los romanos y decapitado en el año 258. 
Lactancio: Maestro del hijo del emperador. Lactancio es poco conocido a los cristianos de hoy en día. En esto, nosotros perdemos, porque Lactancio escribió con claridad y elocuencia extraordinaria. Antes de convertirse al cristianismo, fue instructor célebre de la retórica. Aun el emperador Diocleciano le alabó. Después de su conversión, dedicó sus habilidades literarias a la causa de Cristo. Sobrevivió la última gran persecución de los romanos contra la iglesia primitiva al principio del cuarto siglo. Con el tiempo, hizo su hogar en Francia. Aunque Lactancio era muy anciano cuando Constantino se hizo emperador, éste le pidió que volviera a Roma para ser el profesor particular de su hijo mayor. Los escritos de Lactancio tienen gran importancia para nosotros porque se escribieron al final de la época pre-Constantina de la iglesia primitiva. Demuestran ampliamente que la gran mayoría de las creencias cristianas habían cambiado muy poco durante los 220 años entre la muerte del apóstol Juan y el principio del reinado de Constantino. 
Si acaso a usted se le olvidan estos nombres...
Bien puedo creer que estos nombres no son conocidos para muchos de ustedes. Pueda que les sea difícil recordarlos. Por este motivo, he incluido un diccionario biográfico al final de este libro. Este diccionario presenta un cuadro biográfico muy breve de todos los escritores que voy a citar en el libro. Es posible que quiera poner un marcador de libro en esta página para que pueda refrescar su memoria sobre cualquier de los nombres que menciono. 
En mis primeros borradores de este libro yo describí las creencias y prácticas de los primeros cristianos, incorporando sólo una cita o dos de ellos en cada capítulo. Pero cuando di estos primeros capítulos a mis amigos para leer, todos ellos comentaron lo mismo: “Queremos oír a los primeros cristianos, no a usted.” Así es que eso he hecho. He aquí la historia de ellos, contado en gran parte por ellos mismo. Espero que le cambie a usted tanto como me ha cambiado a mí. 






Ciudadanos de otro reino

  Al reflexionar sobre el ministerio breve de Jesús en el mundo, el apóstol Juan comentó que si todas las cosas que Jesús había hecho se escribieran una por una, el creía que “ni aun en el mundo entero cabrían los libros que se habrían de escribir” (Juan 21.25). Con todo, la noche antes de su muerte, Jesús seleccionó de todas sus enseñanzas unos pocos puntos claves, los cuales quería que sus seguidores recordaran de una manera especial.
Podría haber hablado con ellos de las doctrinas claves de la fe cristiana. Pero no lo hizo. Podría haberlos reprendido por la dureza de su corazón y por su incredulidad durante los años de su ministerio. Pero tampoco hizo esto. En cambio, escogió repasar con ellos el plano del edificio más bello que jamás se ha edificado en el mundo—la iglesia. Con un ejemplo gráfico demostró a los apóstoles que aquellos que desearan guiar a la iglesia tienen que ser siervos de todos. También explicó las señales que distinguirían a los miembros de su iglesia. Subrayó tres señales de distinción:
1. La separación del mundo.
“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Juan 15.18-19).
2. Un amor sin condición.
“Como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos por los otros” (Juan 13.34-35).
3. Una fe obediente.
“Creéis en Dios, creed también en mí. . . . El que me ama, mi palabra guardará” (Juan 14.1, 23).
Juan escribió de estas tres señales hacia el fin del primer siglo. Pero ¿guardó la iglesia estas señales de distinción en el siglo después de la muerte de los apóstoles? ¿Cómo era en verdad la iglesia del segundo siglo?
Un pueblo no de este mundo
“Ninguno puede servir a dos señores”, declaró Jesús a sus discípulos (Mateo 6.24). Sin embargo, a través de los siglos, al aparecer muchos cristianos han tratado de mostrar que Jesús estaba equivocado. Nos hemos dicho que en verdad podemos tener las cosas de dos mundos—las de este mundo y las del mundo venidero. Muchos de nosotros llevamos una vida muy poco diferente de las personas incrédulas con valores conservadores, excepto que asistimos a los cultos de la iglesia cada semana. Miramos los mismos programas de televisión. Compartimos las mismas preocupaciones acerca de los problemas del mundo. A menudo, estamos tan enredados en los negocios y en los afanes de las riquezas como nuestros vecinos incrédulos. Así es que muchas veces nuestro “no ser de este mundo” existe más en la teoría que en la práctica.
Pero los primeros cristianos eran muy distintos de nosotros. Los primeros cristianos se gobernaban por fundamentos y valores muy distintos de sus vecinos. Rechazaron las diversiones del mundo, su honor, y sus riquezas. Ya pertenecían a otro reino, y escuchaban la voz de otro Señor. Esto lo vemos en la iglesia del segundo siglo tanto como en la del primer siglo.
La obra de un autor desconocido, escrito alrededor del 130, describe a los cristianos a los romanos de la siguiente manera: “Viven en sus distintos países, pero siempre como peregrinos. . . . Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan sus días en el mundo, pero son ciudadanos del cielo. Obedecen las leyes civiles, pero a la vez, sus vidas superan a esas leyes. Ellos aman a todos los hombres, mas son perseguidos por todos. Son desconocidos y condenados. Son llevados a la muerte, pero [serán] restaurados a la vida. Son pobres, mas enriquecen a muchos. Poseen poco, mas abundan en todo. Son deshonrados, pero en su deshonra son glorificados. . . . Y aquellos que los aborrecen no pueden dar razón por su odio.”1
Ya que el mundo no era su hogar, los primeros cristianos podían decir sin reserva alguna, como Pablo, “el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1.21). Justino explicó a los romanos: “Ya que no fijamos nuestros pensamientos en el presente, no nos preocupamos cuando los hombres nos llevan a la muerte. De todos modos, el morir es una deuda que todos tenemos que pagar.”2
Un anciano de la iglesia exhortó a su congregación: “Hermanos, de buena voluntad dejemos nuestra peregrinación aquí en el mundo para que podamos cumplir la voluntad de aquel que nos llamó. No tengamos temor de salir de este mundo, . . . sabiendo que las cosas de este mundo no son nuestras, y no fijamos nuestros deseos en ellas. . . . El Señor dice: ‘Ningún siervo puede servir a dos señores’. Si deseamos, pues, servir tanto a Dios como a la riqueza, nuestra vida será sin provecho. ‘Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?’ Este mundo y el venidero son enemigos. . . . Por tanto, no podemos ser amigos de ambos.”3
Cipriano, el anciano de estima de la iglesia en Cartago, destacó el mismo punto en una carta que escribió a un amigo cristiano: “La única tranquilidad verdadera y de confianza, la única seguridad que vale, que es firme y nunca cambia, es ésta: que el hombre se retire de las distracciones de este mundo, que se asegure sobre la roca firme de la salvación, y que levante sus ojos de la tierra al cielo. . . . El que es en verdad mayor que el mundo nada desea, nada anhela, de este mundo. Cuán seguro, cuan inmovible es aquella seguridad, cuan celestial la protección de sus bendiciones sin fin—ser libre de las trampas de este mundo engañador, ser limpio de la hez de la tierra y preparado para la luz de la inmortalidad eterna.”4
Hallamos este mismo tema en todos los escritos de los primeros cristianos, sean de Europa o de Africa del norte: no podemos tener a Cristo y a la vez al mundo.
Para que no pensemos que los cristianos describían una vida que en realidad no llevaban, tenemos el testimonio de los mismos romanos de esta época. Un enemigo pagano de los cristianos escribió:
“Menosprecian los templos como si fueran casas de los muertos. Rechazan a los dioses. Se ríen de cosas sagradas [de la idolatría]. Aunque pobres ellos mismos, sienten compasión de nuestros sacerdotes. Aunque medio desnudos, desprecian el honor y las túnicas de púrpura. ¡Qué descaro y tontería increíble! No temen las tormentas presentes, pero temen las que quizás vengan en el futuro. Y aunque no temen en nada morir ahora, temen una muerte después de la muerte. . . .
“A lo menos aprendan de su situación actual, gente miserable, que es lo que en verdad les espera después de la muerte. Muchos de ustedes . . . en verdad, según ustedes mismos dicen, la mayoría de ustedes . . . están en necesidad, soportando frío y hambre, y trabajando en trabajos agotadores. Pero su dios lo permite. O él no quiere ayudar a su pueblo, o él no puede ayudarlos. Por tanto, o él es dios débil, o es injusto. . . . ¡Fíjense! Para ustedes no hay sino amenazas, castigos, torturas, y cruces. . . . ¿Dónde está su dios que los promete ayudar después de resucitar de entre los muertos? El ni siquiera los ayuda ahora y aquí. Y los romanos, sin la ayuda del dios de ustedes, ¿no gobiernan todo el mundo, incluso a ustedes también, y no disfrutan los bienes de todo el mundo? 
“Mientras tanto, ustedes viven en incertidumbre y ansiedades, absteniéndose aun de los placeres decentes. Ustedes no asisten a los juegos deportivos. No tienen ningún interés en las diversiones. Rechazan los banquetes, y aborrecen los juegos sagrados. . . . Así, pobres que son, ni resucitarán de entre los muertos ni disfrutarán de la vida ahora. De esta manera, si tienen ustedes sensatez o juicio alguno, dejen de fijarse en los cielos y en los destinos y secretos del mundo. . . . Aquellas personas que no pueden entender los asuntos civiles no tienen esperanza de entender los divinos.”5
Cuando yo leí por primera vez las acusaciones que los romanos hicieron contra los cristianos, me sentí mortificado porque ninguno acusaría a los cristianos de hoy en día de estas cosas. Nadie nos ha acusado jamás de estar tan absorto en los negocios del reino celestial que descuidamos lo que este mundo ofrece. De hecho, los cristianos de hoy son acusados de lo contrario—de ser avaros y de ser hipócritas en nuestro culto a Dios.
Un amor sin condición
En ninguna otra época de la iglesia cristiana se ha visto un amor como el que había entre los primeros cristianos. Y los vecinos romanos no pudieron sino verlo. Tertuliano relata que los romanos exclamaban: “¡He aquí cómo se aman los unos a los otros!”6
Justino explicó el amor cristiano de esta manera: “Nosotros que antes estimábamos ganar la riqueza y los bienes más que cualquier otra cosa, ahora traemos lo que tenemos a un fondo común y lo compartimos con el que padece necesidad. Antes nos aborrecíamos y nos destruíamos. Rehusábamos asociarnos con gente de otra raza o nación. Pero ahora, a causa de Cristo, vivimos con aquellas gentes y oramos por nuestros enemigos.”7
Clemente describió la persona que conoce a Dios de esta manera: “Por amor a otro él se hace pobre a sí mismo, para que no pase por alto ningún hermano que tenga necesidad. Comparte, especialmente si cree que él puede soportar la pobreza mejor que su hermano. También considera que el sufrir de otro es su propio sufrir. Y si sufre algo por haber compartido de su propia pobreza, no se queja.”8
Cuando una enfermedad fatal inundó el mundo entero en el tercer siglo, los cristianos eran los únicos que cuidaban a los enfermos. Los cuidaban aunque corrían el peligro de contagiarse ellos mismos. Mientras tanto, los paganos echaban a las calles a los enfermos, miembros de sus propias familias, para protegerse de la enfermedad.9
Otro ejemplo ilustra el amor fraternal de los cristianos y su entrega total al señorío de Cristo. Cuando un actor pagano se convirtió en cristiano, se dio cuenta de que no podía seguir en su empleo. Sabía que las obras dramáticas fomentaban la inmoralidad y estaban empapados en la idolatría pagana. Además, el teatro a veces hizo homosexuales a los muchachos con el propósito de prepararlos para hacer mejor el papel de mujeres en las obras. Pero ese actor recién convertido no tenía ninguna otra pericia para el empleo. Por eso, él propuso establecer un colegio para enseñar el drama a alumnos incrédulos. Sin embargo, primero presentó su plan a los ancianos de la iglesia para oír sus consejos.
Los ancianos le dijeron que ya que la profesión de actor era inmoral, le sería inmoral enseñar esa profesión a otros. No obstante, esa cuestión era nueva para ellos. Escribieron una carta a Cipriano en Cartago, la ciudad más cercana, para pedir sus consejos también. Cipriano estaba de acuerdo con ellos en que un cristiano no debía enseñar una profesión que él mismo no podía practicar.
¿Cuántos de nosotros estaríamos tan preocupados por la justicia que presentaríamos nuestros planes de empleo a los ancianos de la iglesia o a una junta de diáconos? ¿Y cuántos ancianos hay en la iglesia actual que estarían tan preocupados por no ofender a Dios que tomarían una posición semejante tan firme?
Pero eso no es el fin de la historia. Cipriano también dijo a la iglesia que debían estar dispuestos a sostener económicamente al actor si no podía ganarse la vida de otra manera—de la misma manera que sostenían a los huérfanos, o a las viudas y a otras personas necesitadas. Pero escribió más: “Si la iglesia allí no tiene los recursos para sostenerlo, él puede trasladarse para acá y le daremos lo que le falte para ropa y comida”.10 
Cipriano y su iglesia ni siquiera conocían a ese actor, mas estaban dispuestos a sostenerlo sólo porque era creyente, compañero en la fe. Fue así como un cristiano dijo a los romanos: “Nos amamos los unos a los otros con amor fraternal porque no conocemos el odio.”11 Si los cristianos de hoy en día se atrevieran a decir tal cosa al mundo, ¿lo creería el mundo?
El amor de los cristianos no se reservó sólo para otros creyentes. Los primeros cristianos ayudaban también a los incrédulos: los pobres, los huérfanos, los ancianos, los enfermos, los náufragos . . . y aun a sus perseguidores.12 Jesús había dicho: “Amad a vuestros enemigos . . . y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5.44). Los primeros cristianos recibieron estas palabras como un mandamiento del Señor, no como un ideal bello pero poco práctico para la vida actual.
Lactancio escribió: “Si todos nos hemos originado de un hombre, quien fue creado por Dios, claramente pertenecemos a una sola familia. Por esta razón lo tenemos por abominación el aborrecer a otra persona, no importa cuán culpable sea. Por este motivo, Dios ha ordenado que no aborrezcamos a nadie, sino más bien que destruyamos el odio. De esta manera podemos consolar aun a nuestros enemigos, recordándoles que somos parientes. Porque si todos hemos recibido la vida de un solo Dios, ¿qué somos sino hermanos? . . . Y ya que somos hermanos, Dios nos enseña a nunca hacer el mal a otro, sino sólo el bien—auxiliando a los oprimidos y abatidos, y dando comida a los hambrientos.”13
Las Escrituras enseñan que el cristiano no debe llevar su hermano ante la ley. Al contrario, debe sufrir el ser defraudado por su hermano, si fuera necesario (1 Corintios 6.7). No obstante, como abogado he visto que los cristianos de hoy en día no temen demandar a su hermano ante la ley por algún daño que han recibido. Doy un ejemplo de un caso perturbador que sucedió hace poco en la ciudad donde vivo. Un alumno en un colegio cristiano trabajaba en la escuela en sus horas libres para ayudar a pagar su instrucción. Un día se desmayó a causa de los vapores de un insecticida que aplicaba por el colegio. Tuvo que ser hospitalizado por un día. El colegio aparentemente aplicaba mal el insecticida. ¿Y qué resultó? Los padres del alumno demandaron ante la ley al colegio por más de medio millón de dólares. Por contraste, los primeros cristianos no sólo rehusaban llevar ante la ley a sus hermanos cristianos, la mayoría de ellos no llevaban ante la ley a nadie. A la vista de ellos, todo ser humano era su hermano o su hermana. 
No debemos extrañarnos de que el cristianismo se extendió rápidamente de un extremo del mundo a otro, y eso aunque había pocas organizaciones misioneras y pocos programas de evangelismo. El amor que practicaban llamaba la atención del mundo, así como Jesús había dicho.
Una fe en Dios como la de niño
Para los primeros cristianos, tener fe en Dios significaba mucho más que dar un testimonio conmovedor del “momento en que fijé mi fe en el Señor”. Significaba que creían que Dios era digno de confianza aun cuando creer en él los involucraba en gran sufrimiento.
“Una persona que no hace lo que Dios ha ordenado revela que realmente no tiene fe en Dios,”14 declaró Clemente. Para los primeros cristianos, decir que uno confiaba en Dios y rehusar a obedecerle era una contradicción (1 Juan 2.4). El cristianismo de ellos era más que meras palabras. Un cristiano del segundo siglo lo expresó así: “No decimos grandes cosas . . . ¡las vivimos!”15
Una señal distintiva de los primeros cristianos era su fe como de niño y su obediencia literal a las enseñanzas de Jesús y de los apóstoles. Ellos no creían que tenían que entender la razón por el mandamiento antes de obedecerlo. Sencillamente confiaban que el camino marcado por Dios era el mejor camino. Clemente preguntó: “¿Quién, pues, tendrá tanto descaro como para descreer a Dios, y demandar de Dios una explicación como si él fuera hombre?”16
Confiaban en Dios porque vivían en el temor de su majestad y sabiduría. Félix, un licenciado cristiano en Roma, contemporáneo de Tertuliano, lo expresó de esta manera: “Dios es mayor que todos nuestros pensamientos. El es infinito, inmenso. Sólo él mismo comprende la inmensidad de su grandeza; nuestro corazón es muy limitado como para comprenderlo. Lo estimamos como es digno de ser estimado cuando decimos que está más allá de nuestra estimación. . . . Quien piense que conoce la grandeza de Dios, disminuye su grandeza.”17
El ejemplo más grande de la fe de los primeros cristianos lo vemos en la buena acogida que dieron a la persecución. Desde el tiempo del emperador Trajano (alrededor del año 100 d. de J.C.) hasta el edicto de Milán proclamado en 313, ser cristiano era ilegal dentro del imperio romano. En verdad, era delito que se castigaba con la muerte. Pero los oficiales romanos, por lo general, no buscaban a los cristianos. Los pasaban por alto a menos que alguien los acusara ante la ley. Por eso, a veces los cristianos sufrían la persecución; a veces, no. O los cristianos en una ciudad sufrían torturas inhumanas y hasta la muerte, mientras en otra ciudad vivían tranquilos. Así ningún cristiano vivía seguro. Vivía con la sentencia de muerte descansando sobre su cabeza.
Los primeros cristianos estaban dispuestos a sufrir horrores indecibles—y hasta morir—antes de negar a Dios. Esto, en unión con su vida ejemplar, servía de herramienta eficaz en el evangelismo. Pocos romanos estaban dispuestos a dar su vida por sus dioses. Cuando los cristianos morían por su fe en Dios, daban testimonio del valor de ella. En verdad, la palabra griega para “testigo” es mártir. No es de extrañarse, pues, que esta misma palabra es también la palabra que los griegos usaban para “mártir”. En varias citas de la Biblia donde leemos nosotros de ser testigos, los primeros cristianos entendían que hablaba de ser mártires. Por ejemplo, Apocalipsis 2.13 dice que “Antipas mi testigo fiel fue muerto entre vosotros”. Los primeros cristianos entendían que el pasaje decía: “Antipas mi mártir fiel”. 
Aunque muchos cristianos trataban de huir de la persecución local, no intentaron salir del imperio romano. Como niños, creían que su Maestro hablaba la verdad cuando dijo que su iglesia se edificaría sobre una roca y las puertas del Hades no prevalecerían contra ella. Bien sabían que millares de ellos podrían encontrarse con muertes terriblemente injustas. Podrían padecer torturas agudísimas. Podrían terminar en las prisiones. Pero estaban plenamente convencidos de que su Padre no permitiría que la iglesia fuera aniquilada. Los cristianos aparecieron ante los jueces romanos con manos indefensas, proclamando que no usarían medios humanos para tratar de preservar la iglesia. Confiaban en Dios, y sólo en Dios, como su Protector.
Los primeros cristianos creían lo que Orígenes dijo a los romanos: “Cuando Dios permite que el tentador nos persiga, padecemos persecución. Y cuando Dios desea librarnos de la persecución, disfrutamos de una paz maravillosa, aunque nos rodea un mundo que no deja de odiarnos. Confiamos en la protección de aquel que dijo: ‘Confiad, yo he vencido al mundo’. Y en verdad él ha vencido al mundo. Por eso, el mundo prevalece sólo mientras permite que prevalezca el que recibió poder del Padre para vencer al mundo. De su victoria cobramos ánimo. Aun si él desea que suframos por nuestra fe y contendamos por ella, que venga el enemigo contra nosotros. Les diremos: ‘Todo lo puedo en Cristo Jesús, nuestro Señor, que me fortalece’.”18
Cuando era joven, Orígenes había perdido a su padre en una ola de persecución, y él mismo al fin moriría de la tortura y la encarcelación a manos de los romanos. A pesar de todo, con confianza inquebrantable les dijo: “Con el tiempo toda forma de adoración será destruida excepto la religión de Cristo. Únicamente ésta permanecerá. Sí, un día triunfará, porque sus enseñanzas asen la mente de los hombres más y más cada día.”




4. ¿Será lo bueno y lo malo cuestión de cultura?

El cristianismo primitivo era una revolución que inundó el mundo de entonces como un fuego inunda un bosque seco. Era un movimiento que desafiaba las instituciones culturales de la sociedad romana. Como escribió Tertuliano: “Nuestra lucha está contra las instituciones de nuestros antepasados, contra la autoridad de las tradiciones, contra leyes humanas, contra los razonamientos de los sabios de este mundo, contra la antigüedad, y contra las costumbres que teníamos.”1
Qué extraño es, entonces, que la iglesia actual sostiene que los cristianos de los primeros siglos solamente enseñaban y practicaban la cultura de su día. Esta ironía se hace más aguda cuando nos damos cuenta de que los romanos acusaban a los cristianos de precisamente lo contrario—de no seguir las normas culturales de entonces.
Pero la relación de los primeros cristianos a su cultura no descansa con ser un asunto histórico. Es algo que debe interesarnos profundamente hoy en día, porque muchas de los dilemas culturales a que hacemos frente hoy son los mismos dilemas que enfrentaban a la iglesia primitiva. No obstante, nuestras respuestas a estos dilemas, por lo general, han sido muy diferentes de las de ellos.
El divorcio—Plaga del mundo romano
Como en casi todas las sociedades, la familia constituía el corazón de la civilización romana. Pero como es cierto hoy, los matrimonios de entonces no siempre eran felices. Tantos los maridos como también las mujeres a menudo tenían otros amantes. Y en el tiempo de Cristo, la infidelidad matrimonial era tan común que ni siquiera constituía un escándalo.
No es de extrañarse, pues, que el divorcio llegó a ser cosa corriente. Tanto los hombres romanos como las mujeres a menudo se casaban cuatro o cinco veces. Como Tertuliano comentó: “Hablando del divorcio, las mujeres lo anhelan como si fuera la consecuencia natural del matrimonio.”2 En la sociedad romana, la mayoría de los matrimonios los arreglaban los padres de los novios. Los novios a menudo no se amaban y a veces apenas se conocían cuando llegaban al altar matrimonial. Frecuentemente, había gran diferencia de edad entre el novio y la novia. Todo esto era tan cierto entre los cristianos como en el resto de la sociedad romana. Así sería más fácil disculpar el divorcio en el mundo romano que en el mundo del siglo veinte.
Con todo, los primeros cristianos no se basaron en razonamientos humanos. Aunque el divorcio se aceptaba libremente en la sociedad, ellos no permitían el divorcio—excepto por el adulterio. Como escribió Orígenes: “Lo que Dios juntó, no lo separe ningún hombre . . . ni magistrado ni ningún otro poder. Porque Dios, quien los juntó, es mayor en poder que todo lo demás que uno pudiera nombrar o aun imaginar.”3 Los cristianos tomaban muy en serio las palabras de Jesús: “Pero yo os digo que todo aquel que repudia a su mujer, a no ser por causa de infidelidad, la hace cometer adulterio; y cualquiera que se casa con una mujer repudiada, comete adulterio” (Mateo 5.32: La Biblia de las Americas). 
Esta posición estricta de los primeros cristianos contra el divorcio claramente no reflejaba su cultura. Pero ¿qué de nuestra actitud hacia el divorcio? ¿No hemos seguido los cambios en nuestra cultura? Hace cuarenta años, un cristiano evangélico jamás se hubiera divorciado de su cónyuge sólo por motivo de “incompatibilidad”. Pero hoy aquí en los Estados Unidos, el número de divorcios en la iglesia evangélica difiere muy poco del número en el mundo.4 ¿Qué ha cambiado? De seguro, las Escrituras no. Pero el segmento conservador de la sociedad actual sí ha cambiado su actitud hacia el divorcio. Y los evangélicos lo han seguido. Los evangélicos sí se jactan a menudo de oponerse a las actitudes y corrientes del mundo. Pero en realidad, muchas veces se oponen sólo al segmento liberal del mundo. Una vez que el segmento conservador del mundo ha aceptado una práctica, la iglesia también la acepta. De eso tenemos el ejemplo del divorcio.
El aborto — Fenómeno no sólo del siglo veinte
Como las parejas de hoy, las parejas romanas tenían el problema de los embarazos no planeados. Faltando los métodos modernos de “planificación familiar”, tenían tres maneras de tratar con el problema: a veces estrangulaban al niño recién nacido, a veces lo abandonaban en la calle (donde o moría o era recogido para ser criado como esclavo), y a veces practicaban el aborto. Al contrario de lo que usted pueda haber pensado, el aborto no es invento del siglo veinte. El licenciado cristiano Félix reprendió a los romanos: “Hay mujeres entre ustedes que toman una poción especial para matar al futuro humano que llevan en su vientre, así cometiendo homicidio aun antes de dar a luz.”5
Aunque los romanos aceptaban el aborto como práctica moral y civilizada, los cristianos lo oponían vigorosamente. Cuando algunos romanos levantaron la acusación absurda que los cristianos mataban y comían a los niños en sus ceremonias religiosas, Atenágoro, un apologista cristiano que escribió hacia el año 170, contestó estas acusaciones con las siguientes palabras: “Cuando decimos que aquellas mujeres que usan las pociones para causar el aborto son homicidas y tendrán que rendir cuenta a Dios por su hecho, ¿cómo sería posible que matáramos [a los infantes]? Sería insensatez que dijéramos que el niño en la matriz es creación de Dios, y por tanto objeto del cuidado de Dios, y luego que nazca lo matásemos.”6
Tertuliano lo explicó a los romanos así: “En nuestro caso, ya que prohibimos el homicidio en cualquier forma, no podemos destruir ni siquiera al niño en la matriz. . . . Impedir que nazca un niño es solamente una forma de matar. No hay diferencia si se mata la vida del que ha nacido ya, o se mata la vida del que no ha nacido aún.”7
Admirablemente, los cristianos evangélicos de hoy generalmente se han opuesto al aborto así como los primeros cristianos. Espero que nuestra posición no dependa de nuestra cultura, pero no sé si así será. El pueblo conservador de la sociedad americana no ha aceptado el aborto todavía; los legisladores y los jueces conservadores se oponen al aborto. Pero si su posición cambiase, ¿seguiremos nosotros lo mismo? En el momento parece imposible que los evangélicos cambiásemos jamás nuestra actitud hacia el aborto. Pero hace un siglo, ¿quién se hubiera imaginado que el divorcio sería aceptado en las iglesias evangélicas?
Mucha moda, poca modestia
El apóstol Pedro había instruido a las mujeres: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos” (1 Pedro 3.3). Pablo escribió palabras semejantes: “Asimismo quiero que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Timoteo 2.9-10). Al dar estas exhortaciones, los apóstoles no solamente repetían las normas culturales de entonces. Hacían muy al contrario.
Una mujer de moda en la Roma antigua usaba los mismos cosméticos que usan las mujeres de hoy en día. Empezaba el día arreglándose el cabello y aplicando su maquillaje. Se pintaba los labios, usaba pintura alrededor de sus ojos, se ponía pestañas falsificadas, se pintaba la cara con polvos blancos y la mejillas con colorete. Se arreglaba su cabello con mucha ostentación, con rizos y flequillos y trenzas arregladas en pliegues ornatos. Algunas mujeres se ponían pelucas importadas de la India, y muchas se teñían de rubio el cabello.
Un romano comentó a una amiga: “Cuando tú estás en la casa, . . . tu cabello está con el peluquero. Te quitas los dientes cada noche, y los guardas en un centenar de estuches para cosméticos. ¡Ni siquiera tu cara duerme contigo! Y luego guiñas con el ojo a los hombres por debajo de una ceja que sacaste de la gaveta por la mañana.”8
Las mujeres romanas adornaban el cuerpo de la misma manera que adornaban la cara. Cuando salían de la casa, se engalanaban de muchas joyas, hasta llevaban anillos en todos los dedos. Las damas de moda insistían en vestirse de vestidos de seda importada—aunque, gramo por gramo, la seda valía tanto como el oro. Clemente comentó un poco caprichosamente: “El cuerpo de tales damas no vale siquiera mil dracmas [moneda de poco valor], pero pagan diez mil talentos [más que un jornalero ganaba en toda la vida] por un solo vestido. De esta manera ¡su vestido vale más que ellas mismas!”9 Y aun los hombres romanos usaban cosméticos y se vestían con tanta ostentación como las mujeres.
Por contraste, la iglesia desaprobaba el uso de cosméticos. Exhortaba a hombres y a mujeres que se contentaran con ropa sencilla. No sólo costaba menos la ropa sencilla, también era más modesta. Los vestidos lujosos muchas veces eran semitransparentes y se ajustaban a la forma femenina de modo sensual. Clemente comentó: “Los vestidos lujosos que no ocultan el talle del cuerpo en realidad no son vestidos. Tales vestidos, ajustándose al cuerpo, toman la forma del cuerpo y se adhieren a la figura. Así destacan la figura femenina, de manera que su figura entera se revela al que la ve, aunque no ve su mismo cuerpo. . . . Tales vestidos están diseñados para exhibir, no para cubrir.”10
Sin embargo, la iglesia primitiva no procuraba legislar el tipo de vestido que el cristiano debía ponerse. La iglesia hacía hincapié en los fundamentos de ropa sencilla y modesta, pero la aplicación específica de estos fundamentos quedaba con cada persona. 
Además de la ropa, las normas de modestia para hombres y mujeres cristianos difería mucho de las normas de la sociedad romana. Esto se hacía patente especialmente en los baños públicos y privados de entonces. Ningún otro pueblo, excepto quizás los japoneses, ha tenido tanta afición a los baños calientes como los romanos. El bañarse constituía el pasatiempo nacional, y los baños públicos servían como el punto de reunión de la sociedad romana. En los primeros años de la república romana, los baños de los hombres y los de las mujeres estaban estrictamente separados. Pero para el segundo siglo de nuestra época, era la costumbre que los hombres y las mujeres se bañaran juntos completamente desnudos.11
Los romanos de la clase alta muchas veces tenían baños en sus casas particulares, pero en cuanto a la modestia, había poca diferencia. Clemente describe tales baños privados: “Algunas mujeres apenas se desnudan delante de sus propios esposos bajo el pretexto de la modestia. Pero cualquier persona que desee puede verlas desnudas en sus baños. Ellas no se avergüenzan de desnudarse completamente delante de los espectadores, como si expusieran sus cuerpos para venderlos. . . . Algunas que no han perdido hasta el último rasgo de modestia excluyen a los desconocidos, mas se bañan siempre delante de sus siervos. Se desnudan en la misma presencia de sus esclavos y éstos les dan masajes.”12
Oponiéndose energéticamente a tal inmodestia, los cristianos enseñaban que los hombres y las mujeres no debían bañarse en presencia el uno del otro. Su actitud en cuanto a la modestia no reflejaba la cultura romana, sino la cultura piadosa.13
Y las actitudes de los romanos en cuanto a modestia, ¿no se asemejan a las actitudes de la sociedad actual? La mayoría de las personas tendrían vergüenza de aparecer por las calles en su ropa interior. Mas no sienten nada de vergüenza acostarse en las piscinas en un traje de baño que exhibe su cuerpo de igual manera. Y muchos cristianos, ¿no hacen lo mismo que los mundanos? Andamos delante de todo el mundo en trajes de baño que hubieran escandalizado a los incrédulos hace apenas 50 años. Pero parece que eso no nos importa, ya que el segmento conservador de la sociedad lo ha aceptado, nosotros también lo aceptamos. Esto lo escribo reprochándome a mí mismo. Yo también me burlaba de los cristianos que se oponen a los trajes de baño de hoy en día, llamándolos gazmoños y pudibundos. Pero el testimonio de los primeros cristianos me hizo cambiar de actitud.


Las diversiones groseras de los romanos
Los romanos de la clase alta disfrutaban de mucho tiempo para la diversión. Llenaban sus tardes y sus días feriados de banquetes golosos, del teatro, y de los deportes en la arena. Sus banquetes podían durar hasta diez horas. Y no era cosa extraordinaria el tener hasta veintidós platos en un solo banquete, inclusive manjares exquisitos como ubre de cerda y lengua de pavo real. Pero los cristianos no se deleitaban en tales cosas.
Los romanos habían adoptado su teatro de los griegos, y los temas principales de las obras dramáticas eran los crímenes, el adulterio y la inmoralidad. O los muchachos o bien las prostitutas hacían los papeles de las mujeres. Aunque el teatro era el pasatiempo favorito de los romanos de clase alta, los cristianos lo evitaban con repugnancia. Lactancio escribió: “A mí me parece que las influencias depravadoras del teatro son hasta peores [que las de la arena]. Los temas de las comedias son las violaciones de las vírgenes y el amor de las prostitutas. . . . De manera parecida, las tragedias levantan a la vista [de los espectadores] el homicidio de los padres y actos incestuosos cometidos por reyes impíos. . . . ¿Y será mejor el arte de los mimos? Enseñan el adulterio cuando hacen el papel de los adúlteros. ¿Qué estarán aprendiendo nuestros jóvenes cuando ven que nadie tiene vergüenza de tales cosas, sino que todos las miran con gusto?”14
Tertuliano añadió: “El padre que protege con cuidado y guarda los oídos de su hija virgen luego la lleva al teatro él mismo. Allí la expone a todo su lenguaje indecente y actitudes viles.” Luego él hace la pregunta: “¿Cómo puede ser justo ver las cosas que son injusto hacer? Y aquellas cosas que contaminan al hombre cuando salen de su boca, ¿no le contaminarán cuando entran por sus ojos y oídos?”15 (Mateo 15.17-20).
Sólo los romanos ricos asistían a los teatros y a los banquetes, pero tantos pobres como ricos disfrutaban de las arenas. Los deportes de las arenas se diseñaban para satisfacer la sed insaciable de los romanos de violencia, brutalidad y sangre. Las carreras brutales de los carros eran el deporte favorito. En esas carreras, los carros muchas veces chocaban, lanzando los pilotos a la pista. Allí podían ser arrastrados hasta morirse o pisoteados por los caballos de otros carros. Mientras tanto, los espectadores se volvían locos de emoción.
Aun así, la muerte y la violencia de las carreras de carros no saciaba la sed por sangre de los romanos. Por eso, traían fieras feroces, a veces centenares de ellas, para luchar hasta la muerte en la arena. Los venados luchaban contra los lobos, los leones contra los toros, los perros contra los osos—y cualquiera otra combinación de animales que sus mentes depravadas pudieran idear. A veces ponían a hombres armados para cazar las fieras; otras veces soltaban fieras hambrientas para cazar a los cristianos indefensos. Pero los romanos deseaban aun más. Así que gladiadores humanos peleaban entre sí hasta la muerte. Estos gladiadores normalmente eran prisioneros ya condenados a la muerte. Los romanos creían que era cosa noble dar a tales hombres la posibilidad de salvarse. Y si un gladiador ganaba pelea tras pelea, hasta podía ganar la libertad.
No obstante, otra vez los cristianos no seguían tales costumbres culturales. Lactancio dijo a sus compatriotas romanos:
“El que se deleita en mirar la muerte de un hombre, aunque hombre condenado por la ley, contamina su conciencia igual como si fuera él cómplice o espectador de buena gana de un homicidio cometido en secreto. ¡Pero ellos dicen que eso es ‘deporte’—el derramar sangre humana! . . . Cuando vean a un hombre, postrado para recibir el golpe de muerte, suplicando clemencia, ¿serán justos aquéllos que no sólo permiten que le den muerte sino mucho más lo demandan? Votan cruel e inhumanamente para la muerte de aquél, no satisfechos con ver su sangre vertida o las cuchilladas en su cuerpo. De hecho, ordenan que [los gladiadores]—aunque heridos y postrados en la tierra—sean atacados otra vez, y que sus cuerpos sean apuñalados y golpeados, para estar seguros de que no están fingiendo la muerte. Esta gente hasta se enoja con los gladiadores si uno de los dos no es muerto pronto. Detestan las dilaciones, como si tuvieran sed de la sangre. . . . Hundiéndose en tales prácticas, pierden su humanidad. . . . Por eso, no conviene que nosotros que procuramos andar en el camino de la justicia compartamos en los homicidios del pueblo. Cuando Dios prohíbe el homicidio, no sólo prohíbe la violencia que condena las leyes del pueblo, sino mucho más prohíbe la violencia que los hombres tienen por legal.”16
¿Estamos nosotros dispuestos a adoptar una actitud tan firme contra las diversiones de hoy? Después de leer tales consejos, paré para mirarme a mí mismo. Tuve que admitir que yo había dejado que la cultura actual dictara mis normas en las diversiones. Claro que evitaba los peores cines, los que mis vecinos decentes llamarían indecentes. Sin embargo, resultaba que miraba mucha violencia, muchos crímenes y mucha inmoralidad. Yo había aceptado obscenidades, palabrotas y escenas de desnudez—con tal que la industria cinematográfica no calificara la cine con una marca peor que R. De esta manera yo dejaba que aquellas personas impías decidieran qué era bueno y qué era malo. Mi cultura había dictado mis normas para la diversión.
La evolución antes de Darwin
Los romanos podían deleitarse en ver a sus compañeros humanos muertos a espada o despedazados por las fieras porque creían que el hombre no era sino un animal desarrollado. La creencia que los humanos habían evolucionado a su forma actual no es idea sólo de ahora. Tampoco es nueva la idea de que el universo llegó a existir sólo por choques casuales de partículas de materia. Los romanos eruditos tenían muchos de las mismas opiniones que tienen los científicos seculares de hoy.
Uno de los primeros cristianos escribió: “Algunas personas niegan que exista un poder divino. Otros se preguntan cada día si uno pudiera existir. Y otros piensan que la materia del universo es resultado de accidentes casuales y choques fortuitos, creyendo que el universo tiene su forma por el movimiento de átomos de diferentes configuraciones.”17 Sí, aun la palabra “átomo” no pertenece sólo al siglo viente. Esa palabra la inventaron los filósofos griegos.
Lactancio también escribió de las creencias científicas de los romanos de su día: “Hay quienes enseñan que los hombres primitivos vivían como nómadas en los bosques y en las llanuras. No se unían por lengua ni por ley. Al contrario, vivían en las cuevas y en las grutas, usando las hojas y hierbas por cama. Servían de presa para otros animales más fuertes que ellos y para las fieras. Con el tiempo, los que sobrevivieron . . . buscaron la compañía de otros hombres para gozar de protección. Al principio se comunicaron sólo por medio de señales sencillas; después aprendieron el lenguaje más rudimentario. Poco a poco, dieron nombres a los objetos y desarrollaron un sistema de comunicación.”18
La creencia cristiana que todos los hombres tuvieron su origen en la primera pareja significaba que todos eran hermanos—una idea poco aceptada en la cultura de entonces. Así, cuando enseñaban la creación por Dios, los cristianos no repetían lo que los demás en el mundo creían. La verdad es que los griegos y los romanos eruditos se burlaban de los cristianos por su creencia en la creación. Estos mismos intelectuales aceptaban los escritos de cualquier otro grupo acerca del origen del hombre, por absurdo que fuera. Pero rechazaban inmediatamente los escritos de los judíos y los cristianos acerca de la creación de Dios, sin importarles que tales explicaciones eran más sensatas que aquéllas.19
Según los romanos, no se  crearon iguales todos los hombres
Casi todas las sociedades humanas han mantenido distinciones entre las clases sociales, y Roma no constituye excepción. Los romanos ricos despreciaban a los pobres. Los libres despreciaban a los esclavos. Algunas profesiones eran más apreciadas que otras. Los ciudadanos romanos se creían superiores a los demás pueblos. Aun los judíos tenían semejantes distinciones entre ellos. 
Otra vez, los cristianos se oponían a las corrientes culturales de su día. Su enseñanza sobre la fraternidad de todos los hombres era verdaderamente revolucionaria.
Escribió Clemente: “Dio [Dios] a su propio Hijo a todos los hombres, sin excepción, y creó todas las cosas para todo el mundo. Por tanto, todas las cosas se deben compartir con todos y no deben los ricos apropiarse de más de lo que es justo. Las palabras: ‘Poseo, y tengo abundancia, para poder disfrutar de mis posesiones’, no convienen ni para el individuo ni para la sociedad. El amor habla dignamente: ‘Tengo, para poder compartir con los que padecen necesidad’... Es monstruosidad que una persona viva en lujo, mientras otras viven en necesidad.”20
Un siglo después Lactancio escribió:
“Ante los ojos de Dios, no hay esclavo y no hay amo. Ya que todos tenemos el mismo Padre, todos somos igualmente sus hijos. No hay pobre ante Dios sino aquel al que le falta justicia. No hay rico excepto aquel que abunda en las virtudes. . . . La razón por la cual ni los griegos ni los romanos podían crear una sociedad justa era que mantenían tantas distinciones entre las clases. Había ricos y pobres. Poderosos y humildes. Reyes con gran autoridad y hombres comunes. . . . Con todo, alguien dirá: ‘¿No es verdad que entre los cristianos hay pobres y hay ricos? ¿No hay amos y esclavos? ¿No hay siempre distinciones de personas?’ Pero la verdad es que no hay. En verdad, nos llamamos ‘hermanos’ porque creemos que todos somos iguales. . . . Aunque las circunstancias físicas de los cristianos puedan diferir, no vemos a nadie como un esclavo. Al contrario, hablamos de los esclavos . . . y tratamos a los esclavos . . . como hermanos en el espíritu, consiervos de Cristo.”21
El papel de las mujeres en la religión romana
El apóstol Pablo había escrito a los corintios: “Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. . . . porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (1 Corintios 14.34-35). Y escribió a Timoteo: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1 Timoteo 2.11-12).
En ningún otro punto se ataca a las Escrituras hoy en día tanto como en su enseñanza acerca del papel de las mujeres en la iglesia. A menudo se dice que los apóstoles y los primeros cristianos sencillamente reforzaban las actitudes culturales de su época en cuanto al papel de las mujeres en la religión y en la sociedad. Pero las mujeres romanas no se conocían por su carácter sumiso. Un romano dijo: “Nosotros reinamos sobre el mundo, pero nuestras mujeres reinan sobre nosotros.”22
En las religiones romanas, las mujeres tenían los mismos papeles que los hombres. Sumas sacerdotisas gobernaban en muchos templos paganos. Félix, el licenciado cristiano, describió la religión de los romanos de la siguiente manera: “Hay ciertos lugares donde no puede entrar ningún hombre. En otros, no puede entrar ninguna mujer. Es un delito para un esclavo presenciar ciertas ceremonias religiosas. Unos templos son gobernados por una mujer con un esposo. Otros templos son gobernados por una mujer con muchos esposos.”23 De hecho, el personaje religioso más prominente de las tierras mediterráneas de la antigüedad era el que daba el oráculo de Delfos (hoy la ciudad de Castri). Y el oráculo siempre lo daba una mujer.
Si el papel de la mujer fuera solamente una cuestión de cultura, y no la enseñanza apostólica, esperaríamos ver que las mujeres hicieran los mismos papeles tanto en la iglesia verdadera como en los grupos heréticos. Pero no fue así. En la mayoría de los grupos heréticos, se daba libertad a la mujer para oficiar y enseñar. Tertuliano comentó así sobre el papel de las mujeres en tales grupos: “Se atreven a enseñar, disputar, echar fuera demonios, realizar sanidades, y tal vez aun bautizar”.24 En la secta herética montanista, después de la muerte de su fundador, Montano, los dos dirigentes más importantes ambos fueron mujeres: Maximilla y Priscila. De hecho, la mayoría de las profecías y las nuevas enseñanzas de esta secta surgieron de las mujeres.
Así que, el excluir a las mujeres de los papeles de enseñar y oficiar en la iglesia definitivamente no era cuestión de seguir a la cultura romana.
“Un momento”, usted pueda estar pensando. “Tal vez la iglesia no seguía a la cultura romana en esta cuestión, pero claro que seguía a la cultura judía.”
Es verdad que las mujeres se excluían del sacerdocio judío. Pero recordemos que el sacerdocio judío no tenía origen en ninguna cultura humana. Dios lo instituyó. Además, ya a los mediados del segundo siglo, la gran mayoría de los cristianos eran gentiles, y seguramente no seguían la cultura judía. No guardaban el sábado como día de reposo. No practicaban la circuncisión. No seguían las leyes judías sobre la dieta, ni sobre las fiestas religiosas. No seguían ninguna costumbre judía a menos que coincidiera específicamente con la enseñanza cristiana.
La iglesia primitiva sencillamente obedecía la enseñanza apostólica acerca del papel de las mujeres en la iglesia, lo mismo como obedecían a las demás enseñanzas apostólicas. Y por supuesto, esto lo hacían contrario a la cultura romana. No la seguían.
Las feministas y muchos teólogos de hoy proclaman que la posición de la iglesia sobre el papel de las mujeres originaba en el desprecio por las mujeres que tenían los apóstoles y los demás líderes de la iglesia primitiva. Pero los escritos de la iglesia primitiva no concuerdan con tal declaración. Por ejemplo, Félix escribió: “Que sepan todos que los humanos todos nacen de igual manera, con capacidad y habilidad para razonar y sentir, sin preferencia a ningún sexo, edad, o dignidad.”25
Clemente escribió: “Precisa que . . . entendamos que la virtud del hombre y de la mujer es la misma. Porque si el Dios de ambos es uno, el maestro de ambos también es uno. Una iglesia, una abnegación, una modestia; su comida es una, y el matrimonio un yugo parejo.26
Pero volvamos a nosotros en la actualidad. ¿Por qué es tan apremiante hoy esta cuestión sobre el papel de las mujeres en la iglesia? ¿Será porque hemos hallado otros manuscritos de la Biblia que niegan la enseñanza de la Biblia que usamos? ¿O será porque nuestra cultura está diciendo que los papeles de las mujeres no deben distinguirse de los de los hombres? Otra vez, ¿quién no puede resistir la cultura de su día—nosotros o los primeros cristianos?
¿Es ser conservador igual que ser piadoso?
Los cristianos de hoy a menudo se jactan de que son diferentes del mundo, pero en realidad usualmente son diferentes sólo de cierto segmento del mundo.
Los cristianos liberales pretenden ser diferentes del mundo porque no participan de la intolerancia, el provincialismo y la estrechez de miras que tiene el segmento conservador de la sociedad. Pero la verdad es que las actitudes y la vida de los cristianos liberales difieren muy poco de los liberales que no son cristianos. 
La misma cosa se ve entre los evangélicos. Nosotros nos aferramos de los valores conservadores de la sociedad, y por lo tanto, decimos que no estamos siguiendo la corriente de nuestra cultura. Pero las actitudes conservadoras pueden ser del mundo igual que las actitudes liberales. ¿No es cierto que ha cambiado nuestro pensamiento sobre el divorcio, las diversiones, y otras cosas semejantes, conformándose al pensamiento de nuestra cultura?
En realidad, hay poca diferencia espiritualmente entre amoldar la vida de acuerdo al segmento conservador de la sociedad y amoldar la vida de acuerdo al segmento liberal. De todos modos, estamos siguiendo al mundo. Lo que es conservador hoy era liberal hace pocos años. 
Bien recuerdo una conversación que tuve con un presentador de discos de una emisora radial. Era el año 1969, y el presentador tenía a sus treinta años.  Discutimos los problemas que sobresalían en esa época—la discriminación racial, la brutalidad policial, las drogas y la guerra en Viet Nam. Habiendo conocido su programa radial, me sorprendí de enterarme de que él se aferraba aún a actitudes muy conservadoras. Al fin, comenté:
—Usted es un derechista verdadero, ¿no?
El se sonrió y replicó: —No, ni siquiera soy conservador. Soy un verdadero moderado. —Hizo una pausa, contemplando mi cara perpleja, antes de seguir—: Es que la sociedad se ha movido.
En ese momento, no presté mucha atención a sus palabras, creyendo que él nada más se estaba justificando a sí mismo. Pero su comentario me quedó grabado en la mente. Ahora veo que en verdad tenía razón. Y la sociedad todavía está moviéndose. Sólo nos estamos engañado si creemos que ser conservador equivale en verdad a ser piadoso.
La realidad es que la iglesia del siglo veinte se ha casado con el mundo. Las actitudes, el estilo de vivir, y los dilemas del mundo son las actitudes, el estilo de vivir, y los dilemas de la iglesia. Russ Taff, un cantor cristiano popular, hace poco comentó con bastante franqueza sobre el cristianismo actual: “Los cristianos buscan a consejeros, los cristianos tienen problemas familiares, y los cristianos se vuelven alcohólicos. La única diferencia entre los creyentes y los incrédulos es nuestra fe sencilla en un Dios Creador, quien nos ama y nos ayuda cada día.” 
Creo que el análisis de Russ Taff está en lo correcto. Pero también creo que es un comentario muy triste sobre el estado del cristianismo de hoy en día.
En los primeros siglos, los cristianos eran muy diferentes del mundo en que vivían. Su estilo de vida servía como su testimonio principal. Pero ¿por qué podían ellos vivir sin seguir a su cultura, cuando nosotros hallamos que es muy difícil vivir sin seguir la nuestra? ¿Qué poder tenían ellos que nos falta a nosotros?




¿Por qué tuvieron éxito los primeros cristianos?

Hace unos años, cuando yo empecé a estudiar los escritos de los primeros cristianos, mi interés primordial era seguir el desarrollo histórico de la doctrina cristiana. Empecé la tarea como estudiante de la historia. No se me ocurrió que lo que iba a leer me inspiraría y me cambiaría. Pero no resultó como yo había pensado. Pronto el testimonio y la vida de los primeros cristianos me conmovieron profundamente. “Eso es lo que significa la entrega total a Cristo”, dije entre mí. Entre mis compañeros cristianos, muchos me tuvieron como cristiano con una entrega a Cristo más que ordinaria. Me dio pena darme cuenta de que en la iglesia primitiva me hubieran tenido por cristiano débil, con un pie en el mundo.
Mientras más leía, más me llenó el anhelo de disfrutar la comunión con Dios que los primeros cristianos disfrutaban. Cuánto deseaba yo poder deshacerme de los afanes de este mundo como ellos habían hecho. Cuánto deseaba amoldar mi vida y mis actitudes de acuerdo al ejemplo de Cristo—no de acuerdo al mundo del siglo veinte. Pero sentía que no tenía ningún poder para hacerlo. ¿Por qué podían ellos hacer lo que yo no podía hacer? Empecé a buscar la respuesta a esta pregunta en sus escritos. Poco a poco vi tres puntos:
El apoyo de los hermanos de la iglesia 
El mensaje de la cruz 
La creencia que el hombre comparte con Dios la responsabilidad para la obediencia


Cómo la iglesia fomentó el desarrollo espiritual
“Ningún hombre es una isla”,1 escribió el poeta inglés del siglo decimosexto. Los hombres somos por naturaleza seres sociables. Por eso nos es tan difícil oponernos a la corriente de nuestra cultura. Pero otros lo han hecho. La verdad es que muchas personas han rechazado los valores y el estilo de vida de su cultura. Tenemos un buen ejemplo de esto en el movimiento “hippie” de la década de los sesentas. En esos años, millares de jóvenes—la mayoría de ellos de la clase mediana—rechazaron el materialismo y las modas de la sociedad y siguieron otro camino.
¿Por qué estos jóvenes pudieron romper con la sociedad y desconformarse a su estilo de vida? La respuesta la entendemos cuando nos damos cuenta de que no eran en realidad inconformistas. Sencillamente se conformaban a otra cultura que ellos mismos crearon. Y todos se apoyaban los unos a los otros.
Esto era uno de los secretos de los primeros cristianos. Ellos lograron rechazar las actitudes, prácticas y diversiones impías de su cultura porque se conformaron a otra cultura. Millares y millares de cristianos se unieron y todos compartieron los mismos valores, las mismas actitudes, y las mismas normas para la diversión. Todo lo que el cristiano individual tenía que hacer era conformarse. Se conformaba con el cuerpo de creyentes. Sin el apoyo de la iglesia, hubiera sido mucho más difícil mantener una vida piadosa.
Cipriano observó: “Corta una rama del árbol, y ya no podrá brotar más. Corta el riachuelo de su manantial, y pronto se secará.”2
Pero los cristianos no trataron de legislar la justicia, aunque muchos grupos cristianos desde entonces han tratado de hacerlo. Al contrario, dependieron de la enseñanza sana y del ejemplo de rectitud para producir la justicia. Los grupos religiosos que dependen sólo de muchas normas detalladas para producir la santidad personal puedan resultar produciendo más bien el fariseísmo. Por eso, la iglesia primitiva destacó la necesidad de cambiar comenzando desde el corazón. Consideraban que lo externo nada valía, a menos que reflejara lo que sucedía dentro de la persona.
Clemente lo explicó de esta forma: “Dios no corona a aquellos que se abstienen de lo malo sólo por obligación. Es imposible que una persona viva día tras día de acuerdo a la justicia verdadera excepto de su propia voluntad. El que se hace ‘justo’ bajo obligación de otro no es justo en verdad. . . . Es la libertad de cada persona la que produce la verdadera justicia y revela la verdadera maldad.”3
Por ejemplo, a pesar de la enseñanza de la iglesia primitiva acerca del vestir sencillo, no exigieron que el cristiano individual se vistiera de una manera especial o distintiva. Y los primeros cristianos no todos se vistieron igual. Aunque los primeros cristianos se opusieron a los cosméticos, no todas las mujeres cristianas dejaron de usarlos. Otros cristianos pasaron por alto el consejo de los ancianos de la iglesia y asistieron al teatro y a la arena. Y la iglesia no los castigó por su desobediencia. Sin embargo, el método de la iglesia daba resultado. Aun los mismos romanos testificaban que la mayoría de los cristianos siguieron las guías de la iglesia en tales asuntos.4
De hecho, la iglesia puede enseñar por medio del ejemplo eficazmente sólo si la misma iglesia se ha conformado a las enseñanzas de Cristo. De otra manera, el ejemplo de la iglesia serviría de tropiezo y no de ayuda. Por ejemplo, ¿cuál sería la actitud de los demás cristianos hoy hacia uno que se hiciera de veras pobre para ayudar a otros? ¿o hacia uno que se vistiera con toda sencillez y modestia, sin tomar en cuenta la moda? ¿o que no mostrara nada de interés en los deportes violentos de la actualidad? ¿o que rehusara mirar la televisión y asistir a los cines cuando éstos se concentran en la inmoralidad o cuando reciben su picante de palabrotas y violencia gráfica? Seamos honrados. ¡Tal persona sería tenida por fanático!
Ahora más, si un grupo entero de cristianos viviera de esta manera, probablemente se les calificaría como una secta muy rara. En fin, la iglesia del siglo veinte vería a tales cristianos de la misma manera que los romanos veían a los primeros cristianos. Si el cristiano actual viviera como los primeros cristianos, tendría que ser en verdad un inconformista. Y vuelvo a decir que es muy difícil ser un inconformista.
Pastores graduados de la escuela de la vida
La entrega a Cristo de todos los cristianos de la iglesia primitiva refleja la calidad de sus líderes.
La mayoría de las iglesias evangélicas de hoy en día están gobernadas por un pastor en unión con una junta de ancianos y quizás una junta de diáconos. Normalmente, el pastor ha tenido su preparación profesional o hasta ha recibido su título de seminario, pero no fue criado en la iglesia que lo llama a ser pastor. A menudo no tiene ningún poder de gobernar en la iglesia excepto el poder de la persuasión. 
La junta de ancianos o la de diáconos, por lo general, se forma de hombres que trabajan una jornada completa en empleos seculares. Administran los programas y los asuntos financieros de la iglesia, y muchas veces fijan hasta la política de la iglesia. Pero de costumbre nadie corre a ellos para recibir consejos espirituales. No son los pastores del rebaño espiritual.
Sí, usamos los mismos nombres para los líderes de la iglesia como los que usaban los primeros cristianos. Hablamos de ancianos y de diáconos. Pero en realidad el método de gobernar nuestras iglesias difiere mucho del método de las iglesias primitivas. En vez de tener un pastor preparado profesionalmente, entre ellos los ancianos todos eran pastores que dedicaban su tiempo a la obra de la iglesia. El anciano mayor de edad o tal vez el más capacitado servía como el presidente de los ancianos. Generalmente se le llamaba el obispo o el supervisor de la congregación. Ni el obispo ni los ancianos eran desconocidos, traídos a la congregación de otra parte. Normalmente habían pasado muchos años en la congregación. Todos conocían sus puntos fuertes y también sus puntos flacos.
Además, no se preparaban para servir como obispos o ancianos por medio de estudiar en un instituto bíblico o seminario, llenando sus cabezas de ciencia. La congregación no buscaba tanto una ciencia profunda sino una espiritualidad profunda. ¿Vivían cerca de Dios? ¿Habían dado ya por años un buen ejemplo a otros cristianos? ¿Estaban dispuestos hasta a dar su vida por Cristo? Como Tertuliano dijo a los romanos: “Nuestros ancianos son hombres probados. Obtienen su posición no por un sueldo, sino por firmeza de carácter.”5
En aquel tiempo no había seminarios. Un hombre aprendía lo necesario para servir como anciano en la escuela de la vida. Recibía su preparación de los ancianos con más experiencia. Aprendió cómo andar con Dios y pastorear en la iglesia por observar e imitar su ejemplo. Recibió la experiencia práctica guiado por ellos, y no tuvo que hacer todo perfectamente. Tenía que ser capaz de enseñar por medio de su ejemplo tanto como por medio de su palabra. De otra manera no sería llamado jamás para ser anciano u obispo.
Lactancio explicó la diferencia entre los maestros cristianos y los paganos así:
“Hablando de aquel que enseña los fundamentos de la vida y amolda la vida de otros, hago la pregunta: ‘¿No es necesario que él mismo viva de acuerdo con los fundamentos que enseña?’ Si no vive de acuerdo con lo que enseña, su enseñanza resulta nula. . . . Su alumno le contestará así: ‘No puedo hacer lo que usted me enseña, porque es imposible. Me enseña a no enojarme. Me enseña a no codiciar. Me enseña a no lujuriar. Me enseña a no temer el sufrimiento y la muerte. Pero todo esto está muy contrario a la naturaleza. Todos los hombres sienten estos deseos. Si usted está convencido de que es posible vivir contrario a los deseos naturales, primero permítame ver su ejemplo para que yo sepa que en verdad es posible.’ . . . ¿Cómo podrá [el maestro] quitar este pretexto de los obstinados, a no ser con su ejemplo? Sólo así podrán sus alumnos ver con sus propios ojos que lo que enseña es en verdad posible. Es por eso mismo que nadie vive de acuerdo con las enseñanzas de los filósofos. Los hombres prefieren el ejemplo a solo palabras, porque fácil es hablar—pero difícil actuar.”6
En una de sus cartas, Cipriano describe la manera en que las iglesias primitivas escogían a un anciano u obispo nuevo: “Será escogido en la presencia de todos, bajo la observación de todos, y será probado digno y capaz por el juicio y testimonio de todos. . . . Para tener una ordenación apropiada, todos los obispos de las demás iglesias de la misma provincia deben reunirse con la congregación. El obispo debe ser escogido en la presencia de la congregación, ya que todos conocen a fondo su vida y sus hábitos.”7
Una vez escogido un anciano u obispo, por lo general quedaba en esa congregación por toda su vida, a menos que la persecución le obligara a trasladarse a otra parte. No servía unos tres o cuatro años sólo para trasladarse a otra congregación más grande donde le podían pagar mejor. Y como dije anteriormente, no sólo el obispo sino mucho más todos los ancianos dedicaban todo su tiempo a su trabajo como pastor y maestro. Se dedicaban totalmente al rebaño. Se esperaba que dejaran cualquier otro empleo, a menos que la congregación fuera muy pequeña como para sostenerlos.
Tenemos copias de varias cartas enviadas entre dos congregaciones cuando surgió la pregunta de qué hacer cuando un anciano fue nombrado como ejecutor testamentario en el testamento de un cristiano difunto. Bajo la ley romana, no había salida para el que fue nombrado como ejecutor testamentario. Tenía que servir, quisiera o no quisiera. Y el trabajo podía exigir mucho tiempo. El anciano que escribió la carta se escandalizó de que un cristiano nombrara a un anciano como ejecutor testamentario, porque esos deberes le quitarían el tiempo de su obra como pastor. De hecho, todos los ancianos se escandalizaron.8
Imagínese el cuidado espiritual que recibieron los primeros cristianos de sus pastores. En cada congregación de entonces había varios ancianos cuya única preocupación era el bienestar espiritual de su congregación. Con tantos pastores trabajando todo el tiempo en la congregación, cada miembro sin duda recibió el máximo de atención personal.
Pero para servir como anciano u obispo en la iglesia primitiva, un hombre tenía que estar dispuesto a dejarlo todo por Cristo. Lo primero que dejaba era sus posesiones materiales. Dejaba su empleo y el salario con que sostenía a su familia. Y no lo dejaba para luego recibir un buen salario de la congregación. De ninguna manera. Sólo los herejes pagaban un salario a sus obispos y ancianos. En las iglesias primitivas los ancianos recibían lo mismo que recibían las viudas y los huérfanos. Usualmente, recibían las cosas necesarias para la vida, y muy poco más.9 
Pero sacrificaban esos ancianos más que sólo las cosas materiales del mundo. Tenían que estar dispuestos de ser los primeros en sufrir encarcelaciones, torturas, y hasta la muerte. Muchos de los escritores que cito en este libro eran ancianos u obispos, y más de la mitad de ellos sufrieron el martirio: Ignacio, Policarpo, Justino, Hipólito, Cipriano, Metodio, y Orígenes.
Con tal entrega de parte de sus líderes, no es difícil ver por qué los cristianos ordinarios de esa época se dedicaron a andar con Dios y a evitar la norma del mundo.
Un pueblo de la cruz
Nadie quiere sufrir. Hace poco leí un informe de la opinión del pueblo americano acerca del déficit nacional. Casi todos los que daban su opinión deseaban que se rebajara el déficit. Pero a la vez, el 75 por ciento se opusieron a cualquier aumento de los impuestos o a cualquier rebaja de los gastos. En otras palabras, querían rebajar el déficit sin sufrir.
¡Sin sufrir! También deseamos un cristianismo que no requiere sufrimiento. Pero Jesús dijo a sus discípulos: “El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10.38-39). A pesar de estas palabras del Señor, no muchos quieren hablar hoy de la cruz. Cuando predicamos el evangelio a los incrédulos, rara vez hablamos de las palabras de Cristo acerca de tomar cada persona su cruz. Al contrario, dejamos la impresión que después de aceptar a Cristo, la vida será para siempre un deleite.
En la iglesia primitiva, los creyentes oyeron otro mensaje: ser cristiano los involucraría en sufrimiento. Son típicas las siguientes palabras de Lactancio: “El que escoge vivir bien en la eternidad, vivirá en la incomodidad aquí. Será oprimido por muchas clases de problemas y cargos mientras viva en el mundo, para que en el fin reciba la consolación divina y celestial. De la otra manera, el que escoge vivir bien aquí, sufrirá en la eternidad.”10 Jesús había hecho un contraste parecido entre el camino angosto y estrecho que conduce a la vida, y el camino ancho y espacioso que conduce a la destrucción (Mateo 7.13-14).
Ignacio, obispo de Antioquía y un compañero del apóstol Juan, fue aprehendido por su testimonio cristiano. Mientras viajaba rumbo a Roma para su juicio y martirio, escribió cartas de ánimo y exhortación a varias congregaciones cristianas. A una congregación escribió: “Por tanto, es necesario no sólo que uno sea llamado cristiano, sino que sea en verdad un cristiano. . . . Si no está dispuesto a morir de la misma manera en que murió Cristo, la vida de Cristo no está en él”11 (Juan 12.25). A otra escribió: “Que traigan el fuego y la cruz. Que traigan las fieras. Que rompan y se disloquen mis huesos y que corten los miembros de mi cuerpo. Que mutilen mi cuerpo entero. En verdad, que traigan todas las torturas diabólicas de Satanás. ¡Que permitan sólo que alcance a Jesucristo! . . . Quisiera morir por Jesucristo más bien que reinar sobre los fines del mundo entero.”12 Pocos días después de escribir estas palabras, Ignacio fue llevado ante un gentío que gritaba en la arena de Roma, donde le despedazaron las fieras.
Cuando un grupo de cristianos de su congregación se pudrían en una mazmorra romana, Tertuliano los exhortó con estas palabras: “Benditos, estimen lo difícil en su vida como una disciplina de los poderes de la mente y del cuerpo. Pronto van a pasar por una lucha noble, en la cual el Dios viviente es su gerente y el Espíritu Santo su entrenador. El premio es la corona eterna de esencia angélica—ciudadanía en el cielo, gloria sempiterna.” También les dijo: “La cárcel produce en el cristiano lo que el desierto produce en el profeta. Aun nuestro Señor pasó mucho tiempo a solas para que tuviera mayor libertad en la oración y para que se alejara del mundo. . . . La pierna no siente la cadena cuando la mente está en el cielo.”13
Pero la mayoría de los creyentes no necesitaban ninguna advertencia sobre lo que pudieran tener que sufrir. Ellos mismos lo habían visto. En verdad, esto mismo—el ejemplo de millares de cristianos que soportaban el sufrimiento y la muerte antes de negar a Cristo—llegó a ser uno de los métodos más poderosos del evangelismo. 
En su primera apología, Tertuliano recordó a los romanos que su persecución servía sólo para fortalecer a los cristianos. “Entre más nos persigan ustedes, más crecemos nosotros. La sangre de los cristianos es una semilla. . . . Y después de meditar en ello, ¿quién habrá entre ustedes que no quisiera entender el secreto de los cristianos? Y después de inquirir, ¿quién habrá que no abrace nuestra enseñanza? Y cuando la haya abrazado, ¿quién no sufrirá la persecución de buena voluntad para que también participe de la plenitud de la gracia de Dios?”14
Hoy hay quienes hablan del “evangelio completo”. Para ellos esto significa ser “pentecostal” o “carismático”. No obstante, uno de los problemas en nuestras iglesias hoy es que casi nunca oímos la predicación del evangelio completo—seamos o no seamos carismáticos. Oímos sólo de las bendiciones del evangelio; pocas veces oímos el mensaje de sufrir por Cristo.
Estamos tan alejados del mensaje de la iglesia primitiva que ni siquiera entendemos lo que significa sufrir por Cristo. Hace pocos años escuché un sermón sobre el siguiente versículo en 1 Pedro 4.16: “Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello”. El pastor comentó que la mayoría de los cristianos no tienen ningún concepto de lo que significa padecer como cristiano. 
Después del culto, yo estaba hablando con el pastor cuando un diácono se acercó y agradeció al pastor por el mensaje. Dijo que estuvo de acuerdo que muchos cristianos no entienden lo que significa sufrir por ser cristianos. Sin embargo, prosiguió diciendo que él lo entendía exactamente. Y luego describió el dolor y el sufrimiento que él había experimentado hacía unos años cuando tuvo una cirugía. Al salir de la iglesia, me maravillé de cuán exactamente el diácono había ilustrado el punto de que el pastor había hablado. En verdad no entendemos lo que significa sufrir por ser cristianos. Creemos que cuando soportamos las tribulaciones comunes que cualquier persona puede pasar, eso es sufrir por Cristo.
Claro, hay maneras de llevar nuestra cruz más que sólo soportar la persecución. Clemente comentó que para algunos cristianos la cruz puede representar el soportar el matrimonio con un cónyuge incrédulo, u obedecer a padres incrédulos, o sufrir como un esclavo bajo un amo pagano. Aunque tales situaciones pudieran traer mucho sufrimiento, tanto emocional como físico, no son nada en comparación para aquel que se ha preparado para soportar la tortura y hasta la muerte por Cristo (Romanos 8.17; Apocalipsis 12.11).
Aunque los primeros cristianos soportaban matrimonios difíciles con incrédulos, millares de cristianos hoy se divorcian de sus cónyuges creyentes sin pensar, sólo porque su matrimonio tiene algunas fallas. Tales personas prefieren desobedecer a Cristo antes de soportar un sufrimeinto temporal. Varios cristianos me han dicho que ya no soportaban más vivir con su cónyuge porque tenían discusiones todos los días. Me pregunto qué respuesta darán tales personas en el día del juicio final cuando se encuentran ante mujeres y hombres cristianos de los primeros siglos que pudieron soportar que se les sacaran los ojos con hierros candentes, o que se les arrancaran los brazos del cuerpo, o que se les degollaran vivos. ¿Por qué aquellos cristianos tenían poder para soportar semejantes torturas terribles, y a nosotros nos falta el poder para aguantar siquiera un matrimonio difícil? Tal vez es porque no hemos aceptado nuestra responsabilidad de llevar la cruz.
Hace unos años, una mujer cristiana contemplaba divorciarse de su marido porque no podían llevarse bien. Con los ojos llenos de lágrimas, me dijo: “Yo no quiero vivir de esta forma el resto de mi vida”. Después, reflexioné en sus palabras: “el resto de mi vida”. Pensé también en las ocasiones en que yo había usado las mismas palabras. Estas palabras revelaron algo de mí: el cielo no me era una realidad, por lo menos no como la vida en la tierra. Los primeros cristianos aceptaron el mensaje de sufrir por Cristo porque sus ojos estaban puestos en la eternidad. No pensaban en sufrir “el resto de su vida”. Pensaban en sufrir no más de unos cincuenta o sesenta años. ¡Y el resto de su vida la pasarían en la eternidad con Jesús! Comparadas con semejante futuro, las tribulaciones del presente parecían insignificantes. Como Tertuliano, supieron que “la pierna no siente la cadena cuando la mente está en el cielo”.
¿Somos los hombres capaces de obedecer a Dios?
Los primeros cristianos no procuraron vivir tales vidas piadosas sin la ayuda de Dios. Sabían que ellos mismos no tenían el poder necesario. De hecho, todos entendemos esto. Y los cristianos, de cualquier denominación, a través de los siglos siempre supieron que necesitaban del poder de Dios para poder obedecer sus mandamientos. 
Supongo que nadie que ha decidido servir a Dios excluye a sabiendas la ayuda de Dios de su vida. Sin embargo, lo que sucede a menudo puede ser algo semejante a lo siguiente: Al principio, andamos cerca de Dios, dependiendo de su poder. Pero con el tiempo empezamos a deslizarnos y alejarnos de Dios. Generalmente, este proceso comienza en el corazón; por fuera actuamos lo mismo. Aunque actuamos como si dependiéramos de Dios, nuestras oraciones se vuelven formales. Leemos las Escrituras, pero nuestra mente está pensando en otras cosas. Al fin, hallamos que estamos dependiendo del todo en nuestra propia fuerza.
El problema no está en que la iglesia no predica acerca de la necesidad de depender de Dios. En verdad, muchos cristianos evangélicos enseñan que no somos capaces de hacer nada bueno por nosotros mismos. Pero si nosotros sencillamente no podemos obedecer a Dios, nada podemos hacer acerca de nuestras desobediencias excepto orar a Dios para que nos haga personas obedientes. Mas en verdad, ¿sirve eso?
Yo recuerdo mi emoción cuando por primera vez oí un sermón que explicó que no somos capaces de hacer nada bueno por nuestro propio poder, que sólo Dios puede hacer lo bueno a través de nosotros. Nosotros solamente tenemos que pedir a Dios que mejore nuestras fallas y venza nuestros pecados. “Ah, ése es el secreto”, dije entre mí. No podía esperar para llevar esa idea a la práctica, sencillamente dejando que Dios cambiara mis fallas y quitara mis pecados. Oré de corazón que Dios hiciera eso mismo. Lo entregué todo a Dios. Luego me puse a esperar. Pero nada pasó. Oré más. Pero no hubo ningún cambio.
Al principio creía que el problema era sólo mío. ¿Eran sinceras mis oraciones? Al fin hablé privadamente con otros cristianos del asunto y me di cuenta de que no era sólo mío el problema. Otros no habían obtenido mejores resultados que los míos. 
—Entonces ¿por qué ustedes dicen siempre que Dios milagrosamente quita nuestras fallas y nos hace personas obedientes? —les pregunté. 
—Porque así debe de ser —me contestaron. 
Entonces supe que muchos cristianos tenían temor de expresarse y admitir que esa enseñanza no producía resultados. Temían que sólo para ellos no servía, y que todos los demás habían hallado gran bendición por medio de sus oraciones. Temían lo que otros pudieran decir, y se quedaron callados, no exponiendo sus fracasos y frustraciones. 
No puedo decir que nadie jamás recibiera ayuda al sólo orar y esperar que Dios le cambiara. Lo que sí digo que para mí no me sirvió, y en la historia de la iglesia no ha servido tampoco. Esta doctrina tiene su origen en Martín Lutero. El enseñó que somos completamente incapaces de hacer algo bueno, que tanto el deseo y el poder de obedecer a Dios vienen sólo de Dios. Estas eran doctrinas fundamentales de la reforma en Alemania, pero no produjeron una nación de cristianos alemanes, obedientes y piadosos. En verdad, produjeron todo lo contrario. La Alemania de Lutero llegó a ser una sentina de borrachera, inmoralidad y violencia. El esperar pasivo que Dios obrara no produjo ni una iglesia piadosa ni una nación piadosa.15
Los primeros cristianos enseñaron todo lo contrario. Nunca enseñaron que el hombre es incapaz de hacer lo bueno o de vencer el pecado en su vida. Ellos creían que bien podemos servir a Dios y obedecerle. Pero primero falta que tengamos un amor profundo por Dios y un respecto profundo por sus mandamientos. Así lo explicó Hermes: “El Señor tiene que estar en el corazón del cristiano, no solamente sobre sus labios.”16 A la vez, los primeros cristianos nunca enseñaron que uno pueda vencer todas sus debilidades y seguir obedeciendo a Dios día tras día sólo en su propio poder. Sabían que les faltaba el poder de Dios. Pero ellos no esperaban tranquilos mientras Dios, supuestamente, hacía toda la obra en ellos.
Ellos creyeron que nuestro andar con Dios es obra de ambos partidos. El cristiano mismo tiene que estar dispuesto a sacrificarse, poniendo toda su fuerza y toda su alma a la obra. Pero también necesitaba depender de Dios. Orígenes lo explicó así: “Dios se revela a aquellos que, después de dar todo lo que puedan, confiesan su necesidad de su ayuda”.17
Los cristianos de los primeros siglos creían que el cristiano tenía que anhelar fervientemente la ayuda de Dios, y buscarla. No sólo tenía que pedir a Dios su ayuda una vez, tenía que persistir en pedirle. Clemente enseñó a sus alumnos: “Un hombre que trabaja solo para libertarse de sus deseos pecaminosos nada logra. Pero si él manifiesta su afán y su deseo ardiente de eso, lo alcanza por el poder de Dios. Dios colabora con los que anhelan su ayuda. Pero si pierden su anhelo, el Espíritu de Dios también se restringe. El salvar al que no tiene voluntad es un acto de obligación, pero el salvar al que sí tiene voluntad es un acto de gracia.”18
Así vemos que entendieron que la justicia resulta de la obra mutua, la del hombre y la de Dios. Hay poder sin límite de parte de Dios. La clave está en poder utilizar ese poder. El anhelo ferviente tiene que nacer del mismo cristiano. Comentó Orígenes sobre eso, que no somos zoquetes de madera que Dios mueve a su capricho.19 Somos humanos, capaces de anhelar a Dios y de responderle a él. Y al referirse a ese anhelo nuestro, Clemente no se refería a un anhelo sencillo. Mucho más, él dijo que tenemos que estar dispuestos a sufrir “persecuciones interiores”. El mortificar a nuestros deseos carnales no va a ser fácil, y si no estamos dispuestos a sufrir en el corazón, luchando contra nuestros pecados, Dios no va a brindarnos el poder de vencerlos20 (Romanos 8.13; 1 Corintios 9.27).
Algunas personas podrán molestarse por esta enseñanza de los primeros cristianos. Pero como dijo Jesús: “Aunque no me creáis a mí, creed a las obras” (Juan 10.38). Antes de menospreciar la enseñanza de aquellos cristianos, tenemos que proponer otra buena explicación de su poder. No podemos negar el hecho de que tenían un poder extraordinario. Aun los romanos paganos tenían que admitir eso. Como Lactancio declaró: “Cuando la gente ve que hay hombres lacerados de varias clases de torturas, pero siempre siguen indomados aun cuando sus verdugos se fatigan, llegan a creer que el acuerdo entre tantas personas y la fe indómita de los moribundos sí tiene significado. [Se dan cuenta de] que la perseverancia humana por sí sola no podría resistir tales torturas sin la ayuda de Dios. Aun los ladrones y hombres de cuerpo robusto no pudieran resistir torturas como éstas. . . . Pero entre nosotros, los muchachos y las mujeres delicadas—por no decir nada de los hombres—vencen sus verdugos con silencio. Ni siquiera el fuego los hace gemir en lo mínimo. . . . Estas personas—los jóvenes y el sexo débil—soportan tales mutilaciones del cuerpo y hasta el fuego aunque hubiera para ellos escape. Fácilmente pudieran evitar estos castigos si así lo desearan [al negar a Cristo]. Pero lo soportan de buena voluntad porque confían en Dios.”21
No hemos visto toda la historia
Resumiendo, la iglesia de hoy puede aprender varias lecciones valiosas de los primeros cristianos. Tres factores los ponían en condiciones para vivir como ciudadanos de otro reino, como un pueblo de otra cultura: (1) La iglesia los apoyaba; (2) el mensaje de la cruz; y (3) la creencia que el hombre tiene que colaborar con Dios para poder alcanzar la santidad de vida.
Yo hubiera podido terminar aquí este libro, y hubiera sido un retrato inspirador de los cristianos históricos. Pero en tal caso hubiera relatado sólo la mitad de la historia. La historia completa necesita decirse. Con todo, le advierto de antemano que el resto de la historia pueda dejarlo inquieto. A mí me dejó así.



6. Lo que creyeron acerca de la salvación

Cuando primero empecé a estudiar los escritos de los primeros cristianos, me extrañé de lo que veía. Después de pasar unos días leyéndolos, devolví los libros al estante y decidí abandonar mi investigación. Pero entonces me puse a analizar mi reacción, y me di cuenta de que el problema estaba en que sus escritos contradecían muchas de las creencias mías.
Al decir esto, no quiero decir que no hallé apoyo para ninguna de mis creencias en los escritos de los primeros cristianos. Su modo de entender el cristianismo confirmaba mucho de lo que yo entendía. Pero a la vez, a menudo enseñaban lo contrario de lo que yo creía, y hasta calificaban de heréticas a algunas de mis creencias. Probablemente esto mismo podría decirse de muchas de las creencias de usted. 
Voy a dar cinco ejemplos de lo que digo en los cinco capítulos a continuación. Estos cinco capítulos tratan cinco puntos de doctrina que casi todos los primeros cristianos aceptaban. Las cinco doctrinas que he escogido no son las más difíciles de aceptar para muchos de nosotros, pero tampoco son las más fáciles. Tal vez usted concuerde con las creencias de ellos en algunos de estos puntos, pero dudo que concuerde con todas. Por favor entienda que no exijo que usted acepte la creencia de ellos en todos los puntos. Pero sí suplico que los escuche con respeto.
¿Somos salvos sólo por la fe?
Casi todos los evangélicos proclaman en alta voz que somos salvos sólo por la fe. Pensáramos que seguramente los compañeros fieles de los apóstoles enseñaran eso mismo. ¿No es ésa la doctrina fundamental de la Reforma? En verdad, hasta decimos que aquellos que no afirman esta doctrina no pueden ser en realidad cristianos.
Cuando los evangélicos de hoy hablan de la historia de la iglesia, nos dicen que los primeros cristianos enseñaban nuestra doctrina de la salvación sólo por la fe. Afirman que después de que el emperador Constantino corrompió a la iglesia, poco a poco se introdujo la idea de que las obras también desempeñan un papel en la salvación. Como ejemplo de esto cito un pasaje del libro de Francis Schaeffer, How Shall We Then Live? (¿Cómo debemos entonces vivir?). Después de describir la caída del imperio romano, Schaeffer escribe: “Gracias a los monjes, la Biblia se preservó, como también partes de las obras clásicas en griego y latín. . . . Sin embargo, el cristianismo puro presentado en el Nuevo Testamento poco a poco se torció. Un elemento humanístico se añadió: Más y más la autoridad de la iglesia prevaleció sobre la enseñanza de la Biblia. Y se daba más y más énfasis a la parte de los hombres en merecer los méritos de Cristo para recibir así la salvación, en vez de descansar la salvación sólo sobre los méritos de Cristo.”1
Schaeffer y otros dejan la impresión de que los primeros cristianos no creyeron que nuestros méritos y nuestras obras afecten nuestra salvación. Dan a entender que esta doctrina se infiltró en la iglesia después del tiempo de Constantino y la caída del imperio romano. Pero eso no es cierto.
Los primeros cristianos sin excepción creían que las obras, o sea la obediencia, desempeñan un papel esencial en la salvación. Tal afirmación puede extrañar en gran manera a muchos evangélicos. Pero no cabe duda de que es cierto. A continuación cito (en orden más o menos cronológico) de los escritos de casi cada generación de los primeros cristianos, comenzando con el tiempo del apóstol Juan hasta la hora de la inauguración de Constantino.
Clemente de Roma, compañero del apóstol Pablo2 y obispo de la iglesia en Roma, escribió: “Es necesario, por tanto, que seamos prontos en la práctica de las buenas obras. Porque él nos advierte de antemano: ‘He aquí el Señor viene, y con él el galardón, para recompensar a cada uno según sea su obra.’ . . . Así que, luchemos con diligencia para ser hallados entre aquellos que le esperan, para que recibamos el galardón que nos promete. ¿De qué manera, amados, podemos hacer esto? Fijemos nuestros pensamientos en Cristo. Busquemos lo que le agrade y la plazca. Hagamos sólo lo que armonice con su santa voluntad. Sigamos el camino de la verdad, desechando todo lo injusto y todo pecado.”3
Policarpo, el compañero personal del apóstol Juan, enseñó esto: “El que resucitó a Cristo a nosotros también nos resucitará—si hacemos su voluntad y andamos en sus mandamientos y amamos lo que él amó, guardándonos de toda injusticia.”4
La epístola de Bernabé dice: “El que guarda estos [mandamientos] será glorificado en el reino de Dios; pero el que se aparta a otras cosas será destruido junto con sus hechos.”5
Hermes, quien probablemente era contemporáneo del apóstol Juan, escribió: “Sólo aquellos que temen al Señor y guardan sus mandamientos tienen la vida de Dios. Pero en cuanto a aquellos que no guardan sus mandamientos, no hay vida en ellos. . . . Por tanto, todos aquellos que menosprecian y no siguen sus mandamientos se entregan a la muerte, y cada uno se responsabilizará por su propia sangre. Pero te suplico que obedezcas sus mandamientos, y así hallarás el remedio para tus pecados anteriores.”6
En su primera apología, escrita antes del año 150, Justino escribió a los romanos: “Hemos sido enseñados. . . que Cristo acepta sólo a aquellos que imitan las virtudes que él mismo tiene: la abnegación, la justicia, y el amor a todos. . . . Y así hemos recibido que si los hombres por sus obras se muestran dignos de su gracia, son tenidos por dignos de reinar con él en su reino, habiendo sido liberados de la corrupción y los sufrimientos.”7
Clemente de Alejandría, escribiendo hacia el año 190, dijo: “El Verbo, habiendo revelado la verdad, ilumina para los hombre la cumbre de la salvación, para que arrepintiéndose sean salvos, o rehusando obedecer sean condenados. Esta es la proclamación de la justicia: para aquellos que obedecen, regocijo; pero para aquellos que desobedecen, condenación.”8 Y otra vez escribió: “Quien obtiene [la verdad] y se distingue en las buenas obras. . . ganará el premio de la vida eterna. . . . Algunas personas entienden correcta y adecuadamente que [Dios provee el poder necesario], pero menospreciando la importancia de las obras que conducen a la salvación, dejan de hacer los preparativos necesarios para alcanzar la meta de su esperanza.”9
Orígenes, quien vivió en los primeros años del tercer siglo, escribió: “El alma será recompensada de acuerdo a lo que merece. O será destinada a obtener la herencia de la dicha y la vida eterna, si es que sus obras hayan ganado ese premio, o será entregada al fuego y los castigos eternos, si la culpa de sus delitos le hayan condenado a eso.”10
Hipólito, un obispo cristiano contemporáneo de Orígenes, escribió: “Los gentiles, por la fe en Cristo, preparan para sí la vida eterna mediante las buenas obras.”11
Otra vez escribió: “[Jesús], administrando el justo juicio de su Padre a todos, le da a cada uno en justicia de acuerdo a sus obras. . . . La justicia se verá en recompensar a cada uno conforme a lo que es justo; a aquellos que han hecho el bien, justamente se les dará la dicha eterna. A los que amaban la impiedad, se les dará el castigo eterno. . . . Pero los justos se acordarán sólo de sus obras de justicia por medio de las cuales alcanzaron el reino eterno.”12
Cipriano escribió: “El profetizar, el echar fuera demonios, y el hacer grandes señales sobre la tierra ciertamente son cosas de estimar y de admirar. Sin embargo, una persona no alcanza el reino de los cielos, aunque hubiera hecho todo eso, a menos que ande en la obediencia, en el camino recto y justo. El Señor dice: ‘Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad’ [Mateo 7.22-23]. Nos hace falta la justicia para que seamos tenidos por dignos ante Dios, el Juez. Tenemos que obedecer sus preceptos y sus advertencias para que nuestros méritos reciban su recompensa.”13
Por último, veamos lo que Lactancio escribió a los romanos al principio del siglo cuarto: “¿Por qué, pues, hizo al hombre débil y mortal? . . . Para que se pudiera poner delante de él la virtud, eso es, el soportar las iniquidades y las fatigas, por medio de lo cual él pueda ganar la recompensa de la inmortalidad. El hombre consta de dos partes, el cuerpo y el alma. El uno es terrenal, mientras el otro es celestial. Así entendemos que se le da dos vidas. La primera, la que tiene en el cuerpo, es temporal. La otra, la que pertenece al alma, es eterna. Recibimos la primera cuando nacemos. Alcanzamos la segunda por luchar, porque el hombre no alcanza la inmortalidad sin las dificultades. . . . Por esta razón, nos ha dado la vida presente, para que o perdamos la vida verdadera y eterna por causa de nuestros pecados, o la ganemos por nuestras virtudes.”14
De cierto, todos los escritores primeros cristianos que tratan el tema de la salvación presentan esta misma creencia.
¿Quiere decir eso que los primeros cristianos enseñaron que ganamos la salvación por nuestras obras?
No, los primeros cristianos no enseñaron que ganamos la salvación por acumular más y más buenas obras. Supieron y destacaron que la fe es esencial a la salvación, y que sin la gracia de Dios nadie se salva. Todos los escritores que acabo de citar daban énfasis también a esa verdad. Aquí voy a dar unos ejemplos:
Clemente de Roma escribió: “No podemos justificarnos nosotros mismos. No por nuestra sabiduría, ni entendimiento, ni piedad, ni nuestras obras nacidas de la santidad del corazón. Sino por la fe por medio de la cual el Dios Todopoderoso ha justificado a todos los hombres desde el principio.”15
Policarpo escribió: “Muchos desean entrar en este gozo, sabiendo que ‘por gracia son salvos, no por obras’, y por la voluntad de Dios en Jesucristo”16 (Efesios 2.8).
Bernabé escribió: “Para eso el Señor entregó su cuerpo a la corrupción, para que seamos santificados por el perdón de los pecados, por medio de su sangre.”17
Justino escribió: “Nuestro Cristo, quien sufrió y fue crucificado, no cayó bajo la maldición de la ley. Al contrario, él manifestó que sólo él podrá salvar a los que no se aparten de su fe. . . . Como la sangre de la pascua salvó a los que estaban en Egipto, así mismo la sangre de Cristo salva de la muerte a los que creen.”18
Clemente de Alejandría escribió: “Sigue que hay un solo don inmutable de salvación dado por un Dios, por medio de un Señor, pero ese don abarca muchos beneficios.”19 Y otra vez: “Abraham no fue justificado por obras, sino por la fe [Romanos 4.3]. Por eso, aunque hicieran buenas obras ahora, de nada les servirá después de la muerte, si no tienen fe.”20
¿Puede tener fe el que tiene obras? y el que tiene fe, ¿puede tener obras también?
Tal vez usted esté diciendo entre sí: “Ahora sí estoy confundido. Primero dicen que somos salvos por las obras, y luego dicen que somos salvos por la fe o por la gracia. ¡Parece que ellos mismos se contradicen!”
No se contradicen. Nuestro problema está en que Agustín, Lutero y otros teólogos nos han convencido de que hay una contradicción irreconciliable entre ser salvo por gracia y ser salvo por obras. Nos han dicho que hay sólo dos posibilidades en cuanto a cómo ser salvo: o es el don de Dios, o es el premio que ganamos por las obras. En la lógica, esta manera errónea de razonar se conoce como el dilema falso. Es decir, es dilema que uno mismo crea por su manera de pensar.
Los primeros cristianos hubieran replicado que un don siempre es un don, aunque se concede a uno sólo a condición que obedezca. Supongamos que un rey pida a su hijo que traiga una cesta de fruto del huerto. Después de volver el hijo, el rey le dice que le da la mitad de su reino. ¿Fue don, o fue salario ese galardón? Claro que fue don. El hijo no hubiera podido ganar la mitad del reino de su padre con sólo cumplir un deber tan pequeño. Que el don fue dado a condición que obedeciera el hijo no cambia el hecho de que siempre fue don.
Los primeros cristianos creyeron que la salvación es don de Dios, pero también creyeron que Dios da ese don a quien él quiere. Y él ha querido darlo sólo a aquellos que le aman y le obedecen.
¿Es eso tan difícil de entender? No decimos nosotros a veces que la asistencia social se debe dar sólo a aquellos que la merecen. Cuando decimos que la merecen, ¿estamos diciendo que la asistencia es un salario que ganan? Claro que no. La asistencia social siempre es un don. Y si brindamos nuestros dones sólo a las personas que consideramos dignas de recibirlos, siempre son dones. No son salario.
“Sí, pero la Biblia dice. . .”
Hace poco cuando yo explicaba a un grupo de creyentes lo que los primeros cristianos creían acerca de la salvación, una mujer se puso un poco molesta. De repente exclamó: “Me parece que a ellos les faltaba leer la Biblia”.
Pero los primeros cristianos sí leían la Biblia. Josh McDowell confirma ese hecho muy bien en su libro, Evidence That Demands a Verdict: 
“J. Herold Greenlee dice que los escritores primeros cristianos ‘citaron tanto el Nuevo Testamento que uno pudiera reconstruir casi todo el Nuevo Testamento sin referirse a los manuscritos.’. . . 
“Clemente de Alejandría (150-212 d. de J.C.). En 2.400 citas cita de todos los libros del Nuevo Testamento menos tres. 
“Tertuliano (160-222 d. de J.C.) era un anciano de la iglesia en Cartago y cita el Nuevo Testamento más de 7000 veces. De esas citas, más de 3.800 son de los evangelios. . . . 
“Geisler y Nix concluyen con razón que ‘contar rápidamente lo que sabemos hasta ahora revela que hay más de 32.000 citas del Nuevo Testamento antes de la fecha del concilio de Nicea (325)’.”21 
Así que les suplico que no acusen a los primeros cristianos de no leer la Biblia. Estos cristianos bien sabían lo que Pablo escribió acerca de la salvación y la gracia. Pablo enseñó personalmente a ciertos de ellos, como Clemente de Roma. Pero los primeros cristianos no elevaron los escritos de Pablo en Romanos y Gálatas más que las enseñanzas de los otros apóstoles y de Jesús. Cuando leían la enseñanza de Pablo acerca de la gracia, se acordaban también de otras escrituras, como las siguientes:
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7.21). 
“Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24.13). 
“No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida, mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5.28-29). 
“He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22.12). 
“Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 4.16).
Al final de este capítulo doy una lista de otros pasajes que citaron.
Así que no es problema de creer las Escrituras, sino de interpretarlas. La Biblia dice que somos “salvos por gracia por medio de la fe, y eso no de [nosotros], pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2.8-9). Pero la Biblia también dice que “el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Santiago 2.24). Nuestra doctrina sobre la salvación acepta la primera de estas declaraciones, pero niega la segunda. La doctrina de los primeros cristianos dio igual valor a ambas declaraciones.
Como dije anteriormente, los primeros cristianos no creyeron que el hombre esté totalmente depravado e incapaz de hacer lo bueno. Enseñaron que los hombres somos capaces de obedecer a Dios y amarlo. Pero también creyeron que es imposible que sigamos obedeciendo a Dios toda la vida sin la ayuda de Dios. Para ellos, la obediencia no dependía exclusivamente del poder humano; tampoco dependía exclusivamente del poder de Dios. Dependía de una combinación de ambos elementos.
Y ellos entendieron la salvación de semejante manera. De pura gracia Dios ofrece a todos el don del nuevo nacimiento, lo cual nos hace hijos de Dios y herederos de la promesa de la vida eterna. No tenemos que alcanzar cierto nivel de justicia primero. No tenemos que hacer nada para ganar el nuevo nacimiento. No tenemos que propiciar todos los pecados que hemos cometido. Dios borra todo nuestro pasado—de pura gracia. En verdad, somos salvos por gracia, no por obras, así como escribió Pablo.
Sin embargo, los primeros cristianos sostenían que nosotros también desempeñamos un papel en nuestra salvación. Primero, tenemos que arrepentirnos y creer en Cristo como nuestro Señor y Salvador para poder recibir la gracia de Dios. Y habiendo recibido el nuevo nacimiento, también tenemos que obedecer a Cristo. Aun así, nuestra obediencia también depende de la gracia de Dios que nos brinda poder y perdón. De esta manera, la salvación comienza con la gracia y termina con la gracia. Pero en medio va la parte del hombre, la fidelidad y la obediencia. En el fondo, entonces, la salvación depende de Dios y depende del hombre. Por eso decía Santiago que somos salvos por las obras, y no sólo por la fe.
¿Puede volver a perderse el que es salvo?
Ya hemos visto que los primeros cristianos creyeron que tenemos que seguir en fe y obediencia si vamos a ser salvos. Lógicamente, entonces, creyeron que una vez salvos podemos volver a perdernos. Por ejemplo, Ireneo, el alumno de Policarpo, escribió: “Cristo no volverá a morir por aquellos que cometen pecado, pues la muerte no se enseñorea más de él. . . . Por eso no debemos jactarnos. . . . Pero sí debemos cuidarnos, para que no dejemos de alcanzar el perdón de pecados y seamos excluidos de su reino. Esto pudiera sucedernos, aunque hubiéramos llegado a conocer a Cristo, si hiciéramos lo que a Dios no le agrada.”22 (Hebreos 6:4-6).
Tertuliano escribió: “Hay personas que actúan como si Dios estuviera bajo obligación de brindar sus dones aun a aquellos que no son dignos de ellos. Convierten la generosidad de Dios en una esclavitud. . . . Porque después, ¿no caen muchos de la gracia de Dios? ¿No se les quita el don que habían recibido?”23
Cipriano escribió a sus compañeros creyentes: “Está escrito: ‘El que persevere hasta el fin, éste será salvo’ [Mateo 10.22]. Lo que precede el fin no es más que un paso en la subida a la cumbre de la salvación. No es el fin de la carrera lo cual nos gana el resultado final de la subida.”24
Muy a menudo los primeros cristianos citaron el pasaje de la Biblia que encontramos en Hebreos 10.26: “Porque si pecáramos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados.” Los predicadores de hoy muchas veces nos dicen que este pasaje no se refiere a personas ya salvas. Si esto fuera el caso, el escritor no supo comunicarlo a sus lectores. Todos los primeros cristianos entendieron que este pasaje habla de los que ya son salvos.
Puede que usted crea que los primeros cristianos vivieron siempre sin ninguna seguridad de su salvación. Pero definitivamente no fue así. Aunque creyeron que el Padre celestial pudiera desheredarlos si deseaba hacerlo, el tono de todos sus escritos muestra que no vivieron temerosos de perder su herencia espiritual. ¿Se afana y se preocupa el hijo obediente de que su padre natural pueda desheredarlo?
Los que predicaron la salvación sólo por gracia
Usted puede estar extrañado de lo que he escrito hasta ahora, pero lo que voy a decir ahora es aun más extraño. Había un grupo religioso, llamados herejes por los primeros cristianos, que disputaba fuertemente esta doctrina de la iglesia sobre la salvación y las obras. En oposición a los primeros cristianos, enseñaban que el hombre está totalmente depravado, que somos salvos por gracia solamente, que las obras no tienen que ver con la salvación, y que una vez salvos no podemos perder la salvación.
Sé lo que usted pueda estar pensando: “Ese grupo de ‘herejes’ eran los cristianos verdaderos, y los cristianos ‘ortodoxos’ eran los herejes. Pero tal conclusión es imposible. Digo que es imposible concluir que los herejes fueran cristianos porque al decir “herejes” me refiero a los gnósticos. La palabra griega gnosis quiere decir “ciencia”, y los gnósticos decían que Dios les había revelado un conocimiento más profundo que los primeros cristianos no tenían. Cada maestro gnóstico tenía su propia enseñanza, pero todos más o menos concordaban en decir que el Creador era un Dios distinto al Padre de nuestro Señor Jesús. Este Dios inferior, según ellos, había creado el mundo sin el permiso del Padre celestial. Y esa creación fue una gran equivocación, y el hombre como resultado está totalmente depravado. Ellos decían que el Dios del Antiguo Testamento era ese Creador inferior, y que no es el mismo gran Dios del Nuevo Testamento.
Según ellos, los hombres somos creación de ese Dios inferior, y por lo tanto no tenemos capacidad ninguna de hacer lo mínimo para alcanzar la salvación. Fue una suerte para nosotros que el Padre de nuestro Señor Jesucristo tuvo piedad de nosotros y mandó a su Hijo para salvarnos. Pero porque nuestro cuerpo está depravado sin remedio, el Hijo de Dios no pudo hacerse hombre en realidad. No, sólo tomó la apariencia de un hombre, pero no era hombre en realidad. No murió en realidad, y no resucitó. Y ya que somos, según ellos, pecadores hasta el fondo, nosotros no podemos hacer nada para alcanzar la salvación. Más bien, somos salvos sólo por la gracia del Padre.25
Si usted todavía cree que tales maestros puedan haber sido cristianos también, note ahora lo que el apóstol Juan escribió acerca de ellos: “Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo” (2 Juan 7). Los gnósticos eran los maestros que negaban que Jesús había venido en carne, y a ellos se refiere Juan. El los califica, sin lugar a dudas, de ser engañadores y anticristos.
De esta manera, si nuestra doctrina sobre la salvación fuera verdad, tuviéramos que enfrentarnos con la realidad inquietante que esta doctrina fue enseñada por los “herejes” y los “anticristos”. Sólo muchos años después fue adoptada por la iglesia.
Los primeros cristianos basaron su entendimiento de la salvación sobre los siguientes pasajes, y otros semejantes: “El que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6.8-9). “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5.10). “Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios” (Efesios 5.5). “Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará” (2 Timoteo 2.12). “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia” (Hebreos 4.11). “Porque os es necesario la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (Hebreos 10.36). “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 Pedro 2.20-21).
   Para otras Escrituras citadas por los primeros cristianos, véase la nota número 26 en las últimas páginas de este libro.




7. Lo que el bautismo significaba a los primeros cristianos

Todavía recuerdo la primera vez que leí las palabras de Jesús a Nicodemo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Era muchacho en ese tiempo, y leí ese versículo en una clase bíblica. El maestro hizo la pregunta:
—¿Qué quiere decir ser nacido “de agua”?
Me puse a pensar un momento y luego contesté:
—Creo que Jesús hablaba del bautismo en agua.
Me sentía orgulloso de haber podido comprender eso. Pero, para vergüenza mía, el maestro explicó que yo estaba “en un error común”, y que “nacer de agua no podía referirse al bautismo”.
A través de los años yo he podido “corregir” a otros que creían que ese pasaje se refiere al bautismo en agua. Siempre me sentía muy bien de poder dar la explicación “correcta”. Pero se me bajaron los humos cuando me di cuenta de que los primeros cristianos sin excepción enseñaban que Jesús sí se refería al agua de bautismo en este pasaje.
Y otra vez, eran los gnósticos que enseñaban diferente que la iglesia, diciendo que los hombres no pueden ser renacidos o regenerados por el bautismo en agua. Ireneo escribió de ellos: “Los hombres de esta clase han sido instigados por Satanás a negar el bautismo el cual es la regeneración de Dios.”1
En la iglesia evangélica de hoy, el bautismo en agua generalmente se considera cosa de poca importancia, por lo menos cuando se trata los pasos a la salvación. Pero el bautismo tenía el más alto significado a los primeros cristianos. Ellos relacionaron tres puntos de gran importancia con el bautismo:
  1. El perdón de los pecados.
Ellos creyeron que el bautismo cancelaba todos los pecados pasados. Por ejemplo, Justino escribió: “No hay otra manera [de obtener las promesas de Dios] sino sólo ésta: conocer a Cristo, ser lavados en la fuente de la cual habla Isaías para la remisión de los pecados, y desde ese momento en adelante, vivir vidas sin pecado.”2
En cuanto al bautismo y al perdón de los pecados, ellos se basaron en los siguientes pasajes bíblicos, y otros semejantes:
“Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22.16). 
“Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación del Espíritu Santo” (Tito 3.5). 
“El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3.21). 
“Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (Hechos 2.38). 
Ya que ese lavamiento no dependía de los méritos de la persona que la recibía, el bautismo a menudo fue llamado una “gracia”. Me sorprendí al darme cuenta de que los primeros cristianos usaban la palabra “gracia” para hablar de un acto específico. Hace unos cuantos años cuando nuestra clase dominical para adultos dialogaba de las creencias de la iglesia católica romana, hablamos de su costumbre de usar la palabra “gracia” para referirse a los sacramentos administrados por el sacerdote. Recuerdo que yo pensaba entre mí: “¡Esos católicos ciertamente están equivocados!” Ahora comprendo que la manera en que los católicos usan esta palabra pueda parecerse más a la manera que la entendieron los primeros cristianos que nuestra manera de usarla.
  2. El nuevo nacimiento.
Basándose en las palabras de Jesús a Nicodemo, los primeros cristianos también creían que el bautismo en agua era el medio por el cual uno nacía de nuevo. Ireneo hizo mención de eso en un tratado sobre el bautismo: “Siendo leprosos en el pecado, somos lavados de nuestras transgresiones antiguas por medio del agua sagrada y la invocación al Señor. De esta manera somos regenerados espiritualmente como niños recién nacidos, así como el Señor ha dicho: ‘El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios’”3 (Juan 3.5).
  3. La iluminación espiritual.
Los primeros cristianos creían que la persona recién bautizada, después de recibir el Espíritu Santo, tenía una comprensión más clara de las cosas espirituales, porque recibía iluminación como un hijo de Dios y un ciudadano de su reino.
Clemente de Alejandría escribió de estas tres obras espirituales y su relación con el bautismo: “Esta obra a veces se llama gracia; otras veces, iluminación, perfección, o lavamiento. Es el lavamiento por el cual nos limpiamos de nuestros pecados; la gracia por la cual la condenación de nuestros pecados se cancela; y la iluminación por la cual vemos la santa luz de la salvación, esto es, por medio de la cual vemos a Dios claramente.”4
En una carta a un joven amigo cristiano, Cipriano explicó su propio bautismo en semejante forma:
“Considerando mi carácter en ese tiempo, yo creía que fuera cosa difícil que un hombre naciera de nuevo. . . . O que un hombre por haber sido avivado a una vida nueva en el baño del agua salvadora dejara lo que siempre había sido—que fuera transformado en el corazón y el alma mientras aún retuviera su cuerpo físico. . . . Antes yo daba rienda suelta a mis pecados como si fueran en realidad una parte de mi ser, innatos a mi naturaleza. Pero después, con la ayuda del agua del nuevo nacimiento, la mancha de aquellos años se lavó, y una luz de lo alto, serena y pura, penetró en mi corazón ya reconciliado. Entonces por el Espíritu mandado del cielo, en un segundo nacimiento, me hizo un nuevo hombre.”5
El bautismo no era una ceremonia sin significado
Para resumir, para los primeros cristianos el bautismo era la ceremonia sobrenatural de iniciación a la vida cristiana. Por medio de esa ceremonia el nuevo converso pasaba de la naturaleza vieja de la carne a la naturaleza del nuevo hombre renacido. Pero por favor no consideren equivalente esta ceremonia a la ceremonia sin significado de la iglesia después del concilio de Nicea. Los primeros cristianos no separaban el bautismo de la fe y el arrepentimiento personal. El bautismo de ellos no era un rito mágico que pudiera regenerar a una persona sin que fuera acompañado de la fe y el arrepentimiento. Ellos enseñaban claramente que Dios no tenía ninguna obligación de conceder el perdón de pecados sencillamente porque una persona pasara por la ceremonia del bautismo.6 Entendían que una persona sin fe no podía renacer por medio del bautismo.
En su Primera Apología, Justino explicó a los romanos como la fe, el arrepentimiento, y el bautismo son inseparablemente entretejidos: “Aquellos que están convencidos de que lo que enseñamos es cierto y que desean vivir de acuerdo con ello, les instruimos que ayunen y que oren a Dios para recibir el perdón de todos sus pecados pasados. También ayunamos y oramos con ellos. Entonces los llevamos a un lugar donde hay agua, y son regenerados de la misma manera en que nosotros mismos fuimos regenerados. Reciben luego el lavamiento de agua en el nombre de Dios (el Padre y el Señor del universo) y de nuestro Salvador Jesucristo, y del Espíritu Santo. Porque Cristo dijo: ‘El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios’”7 (Juan 3.3).
¿Creían que serían condenadas las personas no bautizadas?
Una cosa que me impresiona acerca de los primeros cristianos es que nunca trataron de encerrar a Dios dentro de los límites que ellos fijaran. Por ejemplo, siempre creían que Dios haría sólo lo que fuera de acuerdo a su amor y su justicia con aquellos paganos que nunca tuvieron oportunidad de oír de Cristo. Así mismo, creían que aunque el bautismo era el medio normal de Dios para dispensar su gracia y el nuevo nacimiento, Dios no estaba obligado a usar sólo ese medio. Creían, primero, que los niños que murieron en su niñez serían salvos, aunque normalmente no fueron bautizados. Fue varios siglos más tarde que Agustín enseñó que todos los niños no bautizados serían condenados.
Otro ejemplo era el de los mártires. A veces creyentes nuevos eran llevados al martirio antes de que tuvieran oportunidad de ser bautizados. Los primeros cristianos entendieron que un Dios amante no abandonaría a tales. La iglesia decía que en un sentido estos mártires recibieron su bautismo en un bautismo de sangre. Así, aunque los primeros cristianos dieron mucho énfasis al significado del bautismo y su obra en el nuevo nacimiento, no creyeron que Dios fuera austero e inflexible, incapaz de obrar por otros medios.
La ceremonia de iniciación que usan los evangélicos hoy
Es interesante notar que los evangélicos aún reconocen que se necesita algún tipo de ceremonia de iniciación para señalar el renacimiento cristiano. Pero extrañamente, hemos rechazado la ceremonia histórica del bautismo, y hemos hecho nuestra propia ceremonia—el llamamiento al altar. 
Cuando Pedro predicó a los judíos en el día de Pentecostés, sus oyentes clamaron: “¿Qué haremos?” ¿Qué les dijo Pedro, que pasaran adelante y que invitaran a Jesús a entrar en sus corazones? No. El les dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (Hechos 2.38). Después de explicar Felipe el camino de la salvación al eunuco etíope, ¿qué hizo? De inmediato le bautizó (Hechos 8.34-38). Así mismo, cuando Dios mostró a Pedro (al derramar su Espíritu sobre Cornelio) que los gentiles también podían entrar en la iglesia, la primera cosa que hizo Pedro fue bautizar a Cornelio y a su familia (Hechos 10.44-48). Cuando Pablo predicó de noche al carcelero filipense y su familia, ¿luego les llamó a que pasaran adelante al altar? ¡No! La Biblia dice: “Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos” (Hechos 16.32-33).
Ya que aun nosotros sentimos la necesidad de asociar nuestro nacimiento espiritual con un día y una hora fija, ¿por qué no lo asociamos con el bautismo, y no con el llamamiento al altar? En realidad, el llamamiento al altar y las oraciones correspondientes salieron de los grandes movimientos de avivamiento de los siglos dieciocho y diecinueve, y ningún cristiano antes de esa época usaba tales medios.




8. La prosperidad: ¿una bendición o una trampa?

El pastor de la iglesia más grande del mundo, el Dr. Paul Yonggi Cho, hace poco escribió un libro sobre el tema de la prosperidad del cristiano. Le dio este título a su libro (traducido al español): La salvación, la salud, y la prosperidad. Después de escribir sobre el hecho de que somos ciudadanos del cielo, prosiguió a decir: “Ya que somos reyes, ¿no debemos de tener la majestad, la honra y los bienes materiales propios de los reyes? Esta es nuestra herencia natural. Es un patrimonio que podemos reclamar por medio de sólo presentar la documentación necesaria. Estos son tesoros que podemos reclamar tanto como pudiéramos sacar dinero de un banco en el cual una gran cantidad de dinero hubiera sido depositado en nuestra cuenta. Si uno pretende ser un rey, pero vive en pobreza y enfermo y desesperado, ¿cómo podrá la gente creer su pretensión?”1
El evangelio “de salud y prosperidad” ha llegado a ser sumamente popular en las iglesias de hoy. Muchas de las iglesias que están creciendo más en el mundo hoy son las iglesias que predican este “evangelio”. Algunos de los predicadores de prosperidad construyen su teología entera alrededor de un versículo en 3 Juan: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 2).
¿Qué quería decir Juan al escribir estas palabras? ¿Quería decir que deseaba que los cristianos todos prosperaran materialmente y que tuvieran salud? ¿Les estaba prometiendo que Dios siempre les daría las riquezas y la salud?
Antes de interpretar a la ligera las palabras de Juan, ¿por qué no ha tomado el tiempo alguien para consultar los escritos de Policarpo, el compañero íntimo de Juan? Si los predicadores de la prosperidad hubieran investigado los escritos de este compañero de Juan, hubieran encontrado una advertencia apremiante contra la búsqueda de la prosperidad material. No hubieran encontrado ni una palabra de apoyo para su evangelio de “salud y prosperidad”. En verdad, los primeros cristianos testifican que los mismos apóstoles vivieron en la pobreza, no en la prosperidad material.
Los primeros cristianos no consideraron que la riqueza fuera una bendición de Dios. Al contrario, la consideraron como una trampa que fácilmente pudiera costarles la vida eterna. Se basaron en pasajes bíblicos como los siguientes:
• “Raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6.10).
• “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora” (Hebreos 13.5).
• “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6.19-21). 
• “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6.24).
Al final de este capítulo doy otras Escrituras que sirvieron de base para sus creencias acerca de la prosperidad.
Los peligros de la prosperidad
Dando aplicación a los versículos que cité arriba, Hermes escribió: “Estos son los que tienen fe verdadera, pero también tienen las riquezas de este mundo. Venida la tribulación, niegan al Señor a causa de sus riquezas y sus negocios... Por eso, los que son ricos en este mundo no pueden ser útiles al Señor a menos que primero sus riquezas sean disminuidas. Aprende esto primero de tu propio caso. Cuando tú eras rico, eras inútil. Pero ahora eres útil y preparado para la vida.”2 Por eso amonestó: “Guárdate de meterte mucho en el negocio y evitarás el pecado. Aquellos que se ocupan con muchos negocios también cometen muchos pecados; se distraen por sus negocios en vez de servir al Señor.”3
Clemente advirtió que “la riqueza puede, sin la ayuda de nada, corromper al alma de aquellos que la poseen y extraviarlos del camino de la salvación.” El describió la riqueza como “un peso de que debemos despojarnos, el cual debemos echar de nosotros como una enfermedad peligrosa y fatal.”4 
Cipriano, hombre rico antes de convertirse, dio todos sus bienes a los pobres cuando se hizo cristiano. Después advirtió a los miembros de su congregación: “Un amor ciego a las posesiones ha engañado a muchos. ¿Cómo podrán los ricos estar preparados, o dispuestos, a partir de esta tierra [en la persecución] cuando sus riquezas los encadenan aquí? . . . Por eso, el Señor, el Maestro de lo bueno, les advierte de antemano, diciendo: ‘Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme’ [Mateo 19.21]. El que no tuviera nada en este mundo no sería vencido por el mundo. Seguiría al Señor, sin cadenas, libre, como hicieron los apóstoles... Pero ¿cómo podrán seguir a Cristo cuando la cadena de la riqueza los estorba? … Ellos creen que poseen, pero en realidad son ellos una posesión. No son los señores de su riqueza, sino los esclavos de ella.”5
Utilizando el ejemplo de Jesús sobre el camino ancho y el camino angosto, Lactancio advirtió contra aquellos que hacían promesas de riqueza y prosperidad:
”Satanás, habiendo inventado las religiones falsas, vuelve a los hombres del camino al cielo y los guía en el de la destrucción. Este camino parece plano y espacioso, lleno de los deleites de las flores y los frutos. Satanás coloca todas estas cosas en el camino, las cosas estimadas como buenas en este mundo: la riqueza, la honra, la diversión, el placer, y todas las demás seducciones. Pero escondidos entre estas cosas vemos también la injusticia, la crueldad, el orgullo, la lascivia, las contenciones, la ignorancia, las mentiras, la necedad y otros vicios. El fin de este camino es lo siguiente: Cuando hayan avanzado tanto que no pueden volver, el camino se desaparece junto con todos sus deleites. Esto sucede sin advertencia de manera que nadie puede prever el engaño del camino antes de caer en el abismo... 
”Por contraste, el camino al cielo parece muy dificultoso y montañoso, lleno de espinos y cubierto de piedras dentadas. Por eso, todos los que andan en él tienen que usar mucho cuidado para guardarse de no caer. En este camino Dios ha colocado la justicia, la abnegación, la paciencia, la fe, la pureza, el dominio propio, la paz, el conocimiento, la verdad, la sabiduría, y otras virtudes más. Pero estas virtudes van acompañadas de la pobreza, la humildad, los trabajos, los sufrimientos y muchas penas y pruebas. Porque el que tiene una esperanza para el porvenir, el que ha escogido las cosas mejores, será privado de los bienes terrenales. Por llevar él poco equipo y estar libre de las distracciones, él puede vencer las dificultades en el camino. Porque es imposible que el rico encuentre este camino, o que persevere en él, ya que se ha rodeado de las ostentaciones reales, o se ha cargado de las riquezas.”6 (Mateo 7.13-14; 19.23-24).
Pero los primeros cristianos no sólo hablaron de la pobreza, en verdad eran pobres. Y los romanos se burlaron de ellos por eso mismo. Por ejemplo, un romano reprochó a los cristianos, diciendo: “Vea, muchos de ustedes—en verdad, según ustedes mismos dicen, la mayoría de ustedes—están en necesidad, soportando frío y hambre, y trabajando en trabajos agotadores. Pero su dios lo permite.”7 Admitiendo lo cierto de esta acusación, el licenciado Félix respondió, diciendo: “Que dicen que muchos de nosotros somos pobres, no es desgracia, sino gloria. De la manera que nuestra mente se afloja por la riqueza, también se fortalece por la pobreza. Mas, ¿quien es pobre si nada desea? ¿si no codicia lo que tienen otros? ¿si es rico para con Dios? Al contrario, el pobre es aquel que desea más, aunque tenga mucho.”8 
Los romanos se extrañaban tanto de este mensaje de los cristianos contra el materialismo que ridiculizaban al cristianismo. Un crítico romano llamado Celso se mofó de los cristianos, diciendo: “¿Cómo pudo Dios ordenar [a los judíos] por medio de Moisés que aumentaran riqueza, que gobernaran, que llenaran la tierra, que pusieran a la espada a sus enemigos de todos los siglos ... cuando a la vez, su Hijo, el hombre de Nazaret, dio órdenes muy contrarias a éstas? Este afirmó que el que ama el poder, las riquezas y la honra no puede venir al Padre. [Enseñó] que no deben preocuparse por su comida más que las aves; que no deben molestarse por el vestir más que los lirios.”9
Tal vez alguien dijera que esos cristianos vivían en la pobreza sólo porque tanto despreciaban la riqueza que Dios les quería dar que la regalaban. Pero ¿cómo puede un hombre dar más de lo que Dios da? Si la riqueza fuera de Dios, el cristiano no la perdería si obedeciera la palabra de Dios y la compartiera con los pobres.
¡Qué contraste entre el mensaje de ellos y él de nosotros!
Ahora hagamos el contraste entre lo que enseñaban los primeros cristianos y lo que se enseña en muchas iglesias hoy. Por ejemplo, Kenneth Hagin, un maestro y escritor cristiano muy conocido en los Estados Unidos hoy, afirma haber tenido este diálogo con Dios:
”El Señor siguió diciendo: ‘Y tú, Satanás, ¡cuida tus manos de tocar el dinero mío!’ Porque es Satanás el que estorba para que usted no lo tenga; no soy yo.
”‘Reclámalo porque está aquí sobre la tierra y Satanás se ha apoderado del dinero, porque él es el dios de este siglo. Di: “Yo reclamo . . .”, nombrando lo que tú quieras o necesites.’
”Algunos van a disputar: ‘Bien, yo puedo creer que Dios proveerá para nuestras necesidades, pero me parece bastante raro cuando usted me dice que ¡él va a darme todo lo que desee!’ Eso mismo dije yo al Señor: ‘Sí, Dios, puedo creer que tú deseas suplir lo que necesitamos. Pero ¿suplirás todos nuestros deseos?’
”El me contestó: ‘Tú pretendes ser muy rigorista en atender a mis palabras. En el Salmo 23 que tú tantas veces citas, dice: “Jehová es mi pastor, NADA me faltará”.’
”Dice en Salmo 34: ‘Los leoncillos necesitan, y tienen hambre; pero los que buscan a Jehová NO TENDRÁN FALTA de ningún bien.’ (v. 10).
”Reclama lo que necesites o desees. Di: ‘Satanás, cuida tus manos de tocar mi dinero’. Luego, di: ‘Vayan, espíritus ministradores, y traíganme el dinero’.”10
Otra vez, en los primeros siglos, los herejes, no los cristianos, enseñaban esa teología de prosperidad. Por ejemplo, uno de los herejes más infames del tercer siglo, Pablo de Samosata, enseñaba y practicaba un mensaje de prosperidad. Unos ancianos cristianos contemporáneos decían esto de él: “Anteriormente él era pobre y desamparado. No heredó nada de su padre. No ganó nada por una empresa o un negocio. Pero ahora posee gran riqueza por medio de sus engaños y hechos vergonzosos. . . . El ha hecho ricos [también a sus seguidores]. Por este motivo, los que desean la riqueza le aman y le admiran.”11
¿Disfrutaron los cristianos de mejor salud?
En cuanto al “evangelio de salud”, la historia, tanto la cristiana como la secular, nos enseña que los cristianos no disfrutaron de mejor salud que los mundanos a su alrededor. Las cartas escritas por los cristianos dan testimonio de que ellos padecieron de las mismas enfermedades y calamidades de que padecieron los demás.
Los primeros cristianos creyeron en la sanidad divina, pero sus testimonios acerca de los milagros de sanidad confirman que tales sanidades las administraban a los incrédulos como señal para éstos. Normalmente no las recibían ellos mismos como si fuera una bendición prometida por Dios.
Cipriano escribió de la desilusión de algunos cristianos cuando padecieron de alguna enfermedad: “Les molesta a algunos que el poder de la enfermedad nos ataque a nosotros de la misma manera que ataca a los paganos. [Es] como si el cristiano creyera en disfrutar de los placeres de este mundo y escapar de las enfermedades, en lugar de soportar las adversidades aquí y esperar los goces venideros. Mientras permanezcamos sobre la tierra, pasaremos por las mismas tribulaciones que los demás de la raza humana, aunque vivamos separados de ellos en espíritu. . . . Así como cuando la tierra se hace estéril y no hay cosecha, el hambre no hace acepción de personas. Cuando un ejército enemigo captura una ciudad, todos son llevados cautivos sin distinción. Cuando las bellas nubes no dan su agua, la sequía afecta a todos por parejo. . . . Padecemos de enfermedades de los ojos, de fiebre, y de debilidad del cuerpo, en la misma manera que los demás.”12
Los primeros cristianos no tenían una religión que prometía la prosperidad material ni una salud superior en esta vida. Pero sí creían en el poder de Dios. Como ya hemos visto en los capítulos anteriores, su fe en el poder de Dios y su protección sobresale ante la fe de los cristianos de hoy en día.
Habiendo dicho esto, sus diferencias con nosotros no descansan con este tema de la prosperidad. Difieren con nosotros en varios puntos morales a los cuales hacemos frente hoy.
Aquí doy otros pasajes que los primeros cristianos usaban como base de sus enseñanzas sobre la riqueza material: “Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme” (Lucas 18.22). “Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Lucas 18.25). “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2.16). “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Timoteo 2.3-4). “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” (1 Timoteo 6.17). “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Timoteo 6.8). “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros” (Santiago 5.1-3). “Porque es necesario que el obispo sea irreprensible . . . no codicioso de ganancias deshonestas . . . no avaro” (1 Timoteo 3.2-3).




¿Quién entiende mejor a los apóstoles?

Nosotros los cristianos que creemos en la Biblia usualmente pensamos que somos seguidores del cristianismo como lo enseñaron los apóstoles. Los primeros cristianos también creían que seguían las enseñanzas apostólicas. Pero hemos visto que sus creencias y prácticas diferían bastante de las nuestras. A la luz de esto, ¿cómo podemos saber si ellos seguían mejor la norma establecida por los apóstoles, o si nosotros la seguimos mejor?
Nos llega el pensamiento: “Bueno, comparemos lo que ellos enseñaban y lo que nosotros enseñamos con la Biblia”. Muy bien, pero tal respuesta realmente no resuelve el problema. Los primeros cristianos basaban sus creencias en la Biblia—lo mismo que hacemos nosotros. Citaban las Escrituras para apoyar lo que decían—como también lo hacemos nosotros. El problema al fondo llega a ser uno de interpretación. Bien que podemos comparar sus interpretaciones de las Escrituras con las nuestras, pero esto por sí solo no resuelve el problema.
Hay todavía otra pregunta que hacer: ¿Es más probable que la interpretación nuestra sea la correcta, o la de ellos?
La ventaja del tiempo
Es de interés notar que los primeros cristianos tenían una disputa con los gnósticos que es muy semejante a nuestra disputa con ellos. Tanto la iglesia como los gnósticos afirmaban que estaban en lo correcto en cuanto al evangelio. Tertuliano escribió: “Yo digo que el evangelio mío es el correcto. Marciano [un maestro gnóstico principal] dice que el suyo es el correcto. Yo digo que el evangelio de Marciano se ha adulterado. El dice que el mío se ha adulterado. Bueno, ¿cómo podemos resolver esta disputa, excepto por el fundamento de tiempo? Según este fundamento, la autoridad la tiene el que tiene la posición más antigua. Esto se basa en la verdad elemental que la adulteración está con aquel cuya doctrina originó más recientemente. Ya que el error es la falsificación de la verdad, la verdad tenía que existir antes del error.”1
El fundamento de tiempo utilizado por Tertuliano es uno de los fundamentos que los historiadores utilizan para evaluar informes históricos contradictorios. Un informe escrito más cerca en tiempo al hecho histórico usualmente se considera más confiable que un informe escrito después. De semejante manera, los eruditos utilizan el fundamento de tiempo para evaluar la fidelidad de los manuscritos de la Biblia. Donde difieren los manuscritos, generalmente se toma más en cuenta los más antiguos, y no los más recientes.
Piénselo usted. ¿Confiaría usted en un manuscrito del Nuevo Testamento que difería de los demás y que fue producido 1400 años después de que murieron los apóstoles? Especialmente si tuviera un manuscrito disponible que fue escrito unos pocos decenios después de la muerte de los apóstoles, ¿confiaría aún en el más reciente? ¿Por qué, pues, escogemos doctrinas que se enseñaron por primera vez 1400 años después de la muerte de los apóstoles, o aun después de eso? Tenemos a la vista las doctrinas que enseñaron los cristianos que vivían apenas unos pocos decenios después de los apóstoles.
El efecto acumulativo de cambios leves
Una copia que se hace no reproduce exactamente el original. El cristianismo ha sido copiado de una generación a otra, y a través de los años esto ha producido cambios. De una generación a la próxima, la mayoría de los cambios han sido muy leves, casi imperceptibles. No obstante, el efecto cumulativo de cambios leves hechos a través de muchos siglos puede producir cambios verdaderamente significantes. Tome, por ejemplo, la lengua española. De una generación a otra, nuestra lengua cambia levemente. El cambio se produce tan despacio que apenas nos damos cuenta de él. Notamos muy poca diferencia entre el hablar nuestro y el de nuestros abuelos. Sin embargo, a través de muchos años, el efecto cumulativo de tantos cambios leves produce una lengua muy diferente de lo que era. Por ejemplo, si nos pusiéramos a leer el español del siglo decimotercero, creeríamos estar leyendo una lengua apenas conocida.
Vemos lo mismo en cuanto al cristianismo. Estoy seguro que el cristianismo del segundo siglo no era una copia exacta del cristianismo apostólico. Pero los cristianos del segundo siglo estaban, podemos decir, en la generación que seguía a la de los apóstoles. ¡Y nosotros vivimos alejados del cristianismo primitivo por 1900 años! ¿Será razonable decir que después de diecinueve siglos el cristianismo de hoy no ha cambiado del cristianismo de los apóstoles? ¿Especialmente cuando, a la vez, decimos que el cristianismo del segundo siglo había cambiado grandemente después de apenas 50 años?
La ventaja de lengua y de cultura
Pero el fundamento de tiempo no es la única ventaja que los primeros cristianos llevaban con respecto a nosotros. Ellos también estaban en una posición mucho mejor para interpretar los escritos de los apóstoles.
¿Piensa usted en el griego antiguo?
Como primer punto, los primeros cristianos podían leer las Escrituras del Nuevo Testamento en el griego original de los apóstoles. ¿Cuántos de nosotros podemos hacer esto? Algunos pastores han estudiado el griego antiguo varios años en los seminarios. Pero pocos de ellos dominan bien el griego. La mayoría de ellos ni pueden leer un texto griego sin la ayuda de un léxico griego-español. ¿Y los primeros cristianos? No tenían que estudiar el griego antiguo; era su lengua materna. No sólo hablaban el griego; pensaban en griego.
¿Cuánto entendemos nosotros de la cultura temprana del mundo mediterráneo?
¿Qué de la barrera cultural? La mayoría de los cristianos de hoy saben muy poco acerca de la cultura y el ambiente histórico de la época del Nuevo Testamento. Y muchas veces, lo que creen saber resulta más falso que cierto. Aun los eruditos que dedican la vida entera al estudio de la cultura y el ambiente histórico del Nuevo Testamento jamás podrán entenderlo tan bien como lo entendían aquellos que vivían en ese tiempo. De esta manera, otra vez los primeros cristianos llevan una ventaja importante sobre nosotros en cuanto a entender las Escrituras.
¿Hemos hablado nosotros con el apóstol Juan?
Como punto final, la primera generación de primeros cristianos tuvieron la oportunidad de oír a los apóstoles personalmente, como también de hacerles preguntas.
Clemente de Roma es un ejemplo. El era discípulo personal tanto del apóstol Pablo como también del apóstol Pedro.2 Pablo habla específicamente de Clemente en su carta a los filipenses: “Asimismo te ruego a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio, con Clemente también y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida” (Filipenses 4.3). ¿Será probable que Clemente, el compañero personal de Pablo, entendiera mal lo que Pablo enseñaba acerca de la salvación? ¿Por qué hablaría Pablo con tanto aprecio de su colaborador si éste enseñara el error?
Ya he hablado de la relación de Policarpo con el apóstol Juan, quien le ordenó como obispo de la iglesia de Esmirna. Si los “ángeles” de las siete iglesias de Apocalipsis se refieren a los obispos de estas iglesias, bien es posible que el “ángel” de Esmirna fuera el mismo Policarpo. Y, en Apocalipsis, Jesús no dice ni una palabra acerca de algún error doctrinal en la iglesia de Esmirna. De verdad, Jesús no tuvo que corregir nada en esta iglesia. Nada (Apocalipsis 2.8-11). Claro que la iglesia de Esmirna caminaba muy bien bajo el liderazgo de Policarpo; de otra manera lo hubiera dicho el Señor.
Para los primeros cristianos oír a los apóstoles explicar sus propios escritos no era lujo; era necesario. ¿Qué comentó Pedro mismo de los escritos de Pablo? “Nuestro amado hermano Pablo . . . os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia destrucción” (2 Pedro 3.15-16). Pedro escribía a cristianos que dominaban bien el griego y que entendían perfectamente la cultura en que vivían, la misma que tenía Pablo. Mas aun con estas ventajas, Pedro admite de que hay cosas “difíciles de entender” en los escritos de Pablo. Y nosotros, que vivimos distanciados de ellos por casi 2000 años y hablamos otro idioma, ¡creemos que es imposible que entendiéramos mal los escritos de Pablo!
Desafortunadamente, Pedro no dice qué enseñaban aquellos maestros “indoctos e inconstantes”. ¿Sería posible que entendieran ellos los escritos de Pablo de la misma manera que los entendemos nosotros? A fin de cuentas, los engañadores que se multiplicaban tanto en el fin del primer siglo eran los gnósticos. Y como ya hemos visto, su interpretación de las cartas de Pablo se asemeja en muchas maneras a la nuestra.
La mayoría de las enseñanzas de los apóstoles era hablada
Todas las enseñanzas de Jesús se comunicaban oralmente. El no dejó ni siquiera una palabra escrita de instrucción para la iglesia. Cuando la iglesia tuvo su principio en el día de Pentecostés, la única enseñanza cristiana que tenía era la palabra hablada. De hecho, el Nuevo Testamento que conocemos hoy no se completó hasta casi terminar el primer siglo. Por esta razón la iglesia del primer siglo tenía que depender mayormente de las enseñanzas habladas de los apóstoles. Y los apóstoles enseñaban oralmente a estos cristianos.
¿Realmente cree usted que el apóstol Pablo, evangelista y maestro incansable, no enseñó nada más a las iglesias sino sólo las 13 o 14 cartas breves que tenemos en nuestro Nuevo Testamento? ¡Claro que enseñó más! Pablo exhortó a los tesalonicenses: “Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra” (2 Tesalonicenses 2.15). Pablo deseaba que los cristianos siguieran sus enseñanzas habladas tanto como las escritas.
¿Y qué de los demás apóstoles? ¿Cree usted que Pedro nunca escribió nada sino unas siete páginas? ¿Y qué de los apóstoles Andrés, Jacobo, Felipe, Bartolomé, Tomás, Jacobo (el hijo de Alfeo), Simón el cananista, y Judas (hijo de Alfeo)? ¿En verdad cree que ellos no tenían nada que compartir con la iglesia? ¡Increíble! Estos eran los hombres que Jesús mismo había escogido. Habían andado con él por tres años, un grupo de discípulos íntimos que escucharon sus enseñanzas. Según el testimonio de la iglesia primitiva, todos los apóstoles dedicaban su vida a la predicación del evangelio, enseñando constantemente.
Pablo escribió a los corintios: “Os alabo, hermanos, porque en todo os acordáis de mí, y retenéis las instrucciones tal como os las entregué” (1 Corintios 11.2). Pablo sigue con una amonestación a algunas mujeres de Corinto que no llevaban un velo sobre la cabeza. No sabemos de ningún mandamiento apostólico escrito antes de eso de que las mujeres cristianas llevaran un velo cuando oraban o profetizaban. Pero claramente los apóstoles habían dado una instrucción hablada. Y Pablo testifica que las iglesias ya tenían una costumbre en cuanto al uso del velo: “Si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre [la de andar una mujer sin velo], ni las iglesias de Dios” (1 Corintios 11.16).
Por favor no se adelante aquí concluyendo que yo crea que existan otras doctrinas, u otros mandamientos morales, u otras revelaciones que recibieron los primeros cristianos sólo verbalmente. En verdad, los escritos de los primeros cristianos dan una evidencia amplia de que no había ninguna doctrina sino sólo las que tenemos escritas. Nuestro Nuevo Testamento contiene todas las doctrinas y todos los mandamientos morales necesarios para la vida cristiana.
En vez de eso, la tradición apostólica (o sea, las enseñanzas habladas de los apóstoles) constaba de dos cosas mayores. Primero, establecían o aprobaban prácticas respecto a la adoración y el compañerismo cristiano. En verdad, la iglesia primitiva recibió la mayoría de sus prácticas en estos puntos por tradición apostólica hablada, no por escrito. Por ejemplo, en ninguna parte del Nuevo Testamento leemos cuándo deben reunirse los cristianos, o cuántas veces deben celebrar la santa cena. Pero el testimonio de los primeros cristianos nos enseña que definitivamente había tradiciones dadas por los apóstoles y sus compañeros en cuanto a esos puntos. 
El gobierno de la iglesia también se estableció por tradición apostólica, o sea por las enseñanzas habladas de los apóstoles. Cuando Pablo dio a Timoteo y Tito las instrucciones acerca de escoger ancianos y diáconos para la iglesia, no instituía una nueva forma de gobernar la iglesia (1 Timoteo 3.1-13; Tito 1.5-9). Sencillamente describía a los hombres que debían ser escogidos para tomar los puestos que todos ya conocían. 
En segundo lugar, las enseñanzas habladas de los apóstoles aclaraban y explicaban los puntos que se habían tratado (o que pronto serían tratados) en los escritos que componen el Nuevo Testamento. Los apóstoles nunca idearon que la iglesia debiera interpretar sus escritos por sí solos, aparte de las muchas enseñanzas habladas que daban. Y ya que la iglesia primitiva se aferraba a las abundantes instrucciones habladas de los apóstoles, llevaban una ventaja enorme a nosotros en cuanto a interpretar los escritos de los apóstoles. 
Pero, por favor, no confunda usted las tradiciones apostólicas con las tradiciones humanas adoptadas por las iglesias después. La gran mayoría de las tradiciones enseñadas por la iglesia católica romana y por la iglesia ortodoxa (de Grecia y Rusia) eran desconocidas a los primeros cristianos. Tales tradiciones se adoptaron después del tiempo de Constantino.
¿Será que los primeros cristianos a propósito falsificaron la verdad?
Hasta ahora, todo lo que yo he podido decir muestra que los primeros cristianos estaban en mejor posición para entender e imitar a los apóstoles. No he mostrado que no falsificaron a propósito, con intención de engañar, las enseñanzas que ellos habían recibido de los apóstoles. ¿Las falsificaron? La respuesta a esta pregunta pueda ser muy importante en nuestra relación con Dios.




10. ¿Se falsificaron a propósito las enseñanzas de los apóstoles?

Si el cristianismo cambió radicalmente dentro de pocos decenios después de la muerte del apóstol Juan, no creo que fuera porque la iglesia no entendiera las enseñanzas de los apóstoles. Seamos razonables. Si los cristianos que recibieron instrucción personal de los apóstoles no pudieron entender sus enseñanzas, ¿quién las podrá entender? Por esto digo, si los cristianos se apartaron fundamentalmente del cristianismo de los apóstoles, tuvieron que haberlo hecho a propósito, con pleno conocimiento.
Creían que no habría ninguna nueva revelación de Dios
¿Creían los primeros cristianos que los apóstoles erraron en algunos puntos de la fe? ¿Creían que la iglesia había recibido alguna revelación nueva después de la muerte de los apóstoles? ¿o que la doctrina apostólica llegó a pasar de moda?
La respuesta a todas estas preguntas es un “no” inequívoco. La iglesia primitiva enseñaba claramente que no hubo ninguna revelación nueva después de la muerte de los apóstoles. Creían firmemente que todo lo que podemos saber de Dios ya nos fue revelado por medio de los apóstoles. Además, la iglesia creía que los apóstoles no habían enseñado nada erróneo y que sus enseñanzas aplicaban a los cristianos hasta el fin del siglo.
Por ejemplo, Tertuliano escribió: “En los apóstoles del Señor hallamos nuestra autoridad. Pero ni aun ellos se atrevieron a introducir nada nuevo, mas fielmente entregaron a las naciones (de todo el mundo) la doctrina que ellos habían recibido de Cristo. Por lo tanto, si aun ‘un ángel del cielo . . . anunciare otro evangelio’, que sea anatema [Gálatas 1.8]. . . . Por lo tanto, tenemos esta norma: Ya que el Señor Jesucristo mandó a los apóstoles que predicaran [el evangelio], no recibimos ningún otro que predica sino sólo a los mandados por Cristo. . . . El Hijo no reveló [a su Padre] a nadie sino sólo a los apóstoles, a quienes también encargó que predicaran lo que les había revelado.”1
En verdad, el desacuerdo principal de la iglesia primitiva con los grupos heréticos trataba eso mismo: el tema de revelación. Casi todos los herejes afirmaban tener revelaciones nuevas además de las de los apóstoles.
Ireneo, el alumno de Policarpo, dio la posición de la iglesia: “El Señor de todo dio a sus apóstoles el poder del evangelio, por medio de quienes hemos conocido la verdad. . . . Es erróneo decir que [los apóstoles] predicaron antes de haber recibido ‘el pleno conocimiento’ [de la verdad], como se atreven a decir algunos [los gnósticos], jactándose ellos mismos de ser superiores a los apóstoles.”2
Los primeros cristianos se aferraban firmemente a la posición de que no habría otra revelación de Dios después de la revelación dada a los apóstoles. Por eso, la iglesia rechazaba inmediatamente cualquier enseñanza que no habían recibido de los labios de los apóstoles.
Los líderes de la iglesia primitiva eran hombres de integridad
Pero, para continuar nuestra discusión, el hecho de que los primeros cristianos decían que no había ninguna revelación después de la que fue dada a los apóstoles no quiere decir que ellos mismos no cambiaran con astucia las enseñanzas apostólicas, con intención de engañar. ¿Qué de su integridad? ¿Eran ellos hombres honrados, temerosos de Dios, o eran buscadores poco escrupulosos de la riqueza y el poder? La evidencia incontrovertible es que ellos eran hombres temerosos de Dios, humildes y honrados. Como primer punto, no recibieron ninguna remuneración económica por su posición. Como ya he dicho, no se les pagaba ningún salario. Los que servían como ancianos en la iglesia se negaban de las comodidades de la vida y vivían en pobreza. Sólo los herejes sacaban ganancia de su posición de liderato. Había muy poco que pudiera atraer uno a una posición de liderato en la iglesia sino sólo un anhelo honrado de servir a Dios.
Más que eso, en tiempo de persecución, los líderes de la iglesia eran el grupo más buscado de los soldados y de las muchedumbres. Durante algunas épocas, ser nombrado como anciano de iglesia casi equivalía a recibir la pena de muerte. Con todo, casi sin excepción, los líderes de la iglesia primitiva estaban dispuestos a soportar las torturas inhumanas antes de negar a Cristo. Muchos de los líderes cristianos que cito en este libro—Ignacio, Policarpo, Justino, Hipólito, Cipriano, Metodio, y Orígenes—de buena voluntad dieron sus vidas por su fe en Jesucristo. Si estos hombres hubieran sido engañadores sin escrúpulos, torciendo las enseñanzas de Cristo y sus apóstoles, ¿hubieran estado dispuestos a morir por Cristo? Los gnósticos no estaban dispuestos a morir por su fe. Aunque afirmaban haber recibido nuevas revelaciones de Dios, cuando les hacía frente la tortura y la muerte, pronto se rendían y negaban su fe. Pocas personas están dispuestas a morir por un engaño conocido.
¿No usamos esta misma verdad cuando defendemos la veracidad de la resurrección de Jesús? ¿No decimos que los apóstoles no hubieran estado dispuestos a dar sus vidas por un engaño que ellos mismos iniciaron? ¿Qué nos hace creer que los seguidores de los apóstoles hubieran muerto por un engaño?
Ellos reunieron y preservaron el Nuevo Testamento
En verdad, la autenticidad de nuestro Nuevo Testamento tiene su fundamento en la integridad de los primeros cristianos. A fin de cuentas, los líderes de la iglesia primitiva reunieron, preservaron, y probaron la autenticidad de los escritos que nosotros ahora llamamos el Nuevo Testamento.
Algunos cristianos hoy en día creen equivocadamente que los apóstoles, antes de morir, reunieron sus escritos y los entregaron a la iglesia, un libro completo. Suponen que ellos les dijeron a los cristianos de entonces: “Aquí está el Nuevo Testamento. Con esto, no les falta nada. Aquí esta la revelación de Dios.” Pero no fue así. Las distintas cartas y libros escritos por los apóstoles no fueron reunidos todos por una sola iglesia en un libro. Unas iglesias reunieron unos; otras iglesias, otros. Los apóstoles nunca dejaron dicho a las iglesias cuáles escritos aceptar y cuáles desechar. Los primeros cristianos tenían que decidir ellos mismos cuáles escritos fueron legítimos de los apóstoles y cuáles no lo fueron. Y eso no era tan fácil.
Como primer punto, se circulaban muchos “evangelios” falsos y cartas supuestamente apostólicas. Lo cierto es que había más libros falsos que legítimos sobre la vida de Cristo y los hechos de los apóstoles. ¿Ha oído usted del evangelio de Tomás? ¿o del evangelio según Nicodemo? ¿Ha leído Los Hechos de Felipe, o Los Hechos de Andrés y de Matías? ¿Ha visto usted La Revelación de Pablo, o el libro supuestamente escrito por Juan sobre la muerte de María? Supongo que no. ¿Por qué? Sencillamente porque la iglesia primitiva no aceptaba ninguno de estos libros como auténticos.
Si la iglesia hubiera deseado apartarse de las enseñanzas de los apóstoles, fácilmente lo hubieran hecho aceptando algunos de estos libros falsos y desechando algunos de los legítimos. O también fácilmente hubieran podido cambiar los escritos legítimos de los apóstoles, ajustándolos a la nueva enseñanza de la iglesia. No había nadie que se preocupara por eso, ya que todos los grupos herejes ya hacían esto mismo. 
Ahora, si decimos que los primeros cristianos no eran hombres honrados, nos colocamos entre la espada y la pared. Si ellos a propósito cambiaron las enseñanzas de los apóstoles, tenemos que decir que, con toda probabilidad, también cambiaron los escritos de los apóstoles. Entonces, ¿qué base queda para nuestras creencias? Resulta que cuando defendemos el Nuevo Testamento como legítimo y auténtico, estamos defendiendo también la integridad de los primeros cristianos. Usamos el testimonio de ellos y su aceptación de estos escritos como nuestro fundamento primordial de defensa.
La integridad de estos hombres se nota especialmente en sus decisiones de cuáles libros incluir en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, entendiendo la doctrina de los primeros cristianos respecto a las obras y la salvación, creeríamos que la iglesia primitiva hubiera dado gran énfasis a la carta de Santiago, aceptando sin demora su autenticidad. A la vez, esperaríamos que se opusieran a la carta de Pablo a los romanos. Pero fue todo al contrario. Los primeros cristianos pocas veces citaban de la carta de Santiago, y por un tiempo muchas iglesias dudaban su autenticidad.3 Por contraste, citaban muchas veces de las cartas de Pablo, e incluían sin demora sus cartas en el Nuevo Testamento.
¡Qué integridad más tremenda! Dudaban la autenticidad del libro que más los apoyaba en su doctrina de la salvación. Al mismo tiempo, aceptaban sin demorar aquellos libros que al parecer daban menos énfasis a lo que creían. ¿Tuviéramos nosotros tan grande integridad?
No veo esta medida de integridad en el hombre de quién hemos recibido muchas de nuestras doctrinas como protestantes. Me refiero a Martín Lutero. Una obra digna de alabanza realizada por Lutero fue su traducción al alemán de la Biblia. Pero su versión de la Biblia contiene prólogos anexados a cada libro que hacen que el lector desprecie aquellas partes de la Biblia que no acordaban muy bien con las creencias de Lutero.
Por ejemplo, en su prólogo al Nuevo Testamento, Lutero escribió:
”Sería justo y propio que este libro apareciera sin ningún prólogo y sin ningún nombre excepto los de sus escritores, y que comunicara sólo su propio nombre y su propio lenguaje. Pero muchas interpretaciones y prólogos fantásticos ha llevado el pensamiento de los cristianos al punto donde no saben lo que es el evangelio y lo que es la ley. Ni saben lo que es el Antiguo Testamento, ni el Nuevo. Nos vemos obligados, por tanto, colocar anuncios o prólogos por medio de los cuales el hombre sencillo pueda dirigirse de nuevo en el camino correcto, dejando las ideas antiguas, de modo que no busque leyes y mandamientos donde deba estar buscando el evangelio y las promesas de Dios. . . .
“Si yo tuviera que vivir sin una de dos cosas—o sin las obras de Cristo o sin sus predicaciones—escogería vivir sin sus obras antes de vivir sin sus predicaciones. Pues sus obras no me ayudan, pero sus palabras me dan vida, como él mismo dice. Ahora Juan escribe muy poco de las obras de Cristo, pero mucho de sus predicaciones. Pero los otros evangelios escriben mucho de sus obras y poco de sus predicaciones. Por eso, el evangelio de Juan es el verdadero evangelio, amado y preferido mucho más que los otros tres, y estimado mucho más que ellos. Así mismo, las epístolas de Pablo y de Pedro superan a aquellos tres evangelios: Mateo, Marcos y Lucas.
“En resumen, el evangelio de Juan y su primera epístola, como también las epístolas de Pablo—especialmente Romanos, Gálatas y Efesios, con la primera carta de Pedro—son los libros que le enseñan de Cristo y le enseñan todo lo que es necesario y bueno que aprenda, aunque no tuviera los demás libros y no oyera nada de sus enseñanzas. Por tanto, la epístola de Santiago es epístola de rastrojo, comparado con aquéllas. No contiene nada de la naturaleza de evangelio.”4
Lutero afirmó que la razón por la cual él prefirió el evangelio de Juan a los otros tres era que contenía más de la predicación de Jesús. Pero eso no es cierto. El evangelio escrito por Mateo contiene el doble de la predicación de Jesús de lo que hallamos en el evangelio de Juan.
No tenemos que ser muy inteligentes para poder percibir el motivo verdadero de Lutero. Los libros de la Biblia que Lutero despreciaba son los mismos que destacan que la obediencia es esencial para la salvación. Por ejemplo, en Mateo encontramos palabras de Jesús como éstas: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mateo 7.21); y: “El que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24.13). Santiago escribe que “el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Santiago 2.24). A Lutero no le dio pena el rebajarse a despreciar la palabra de Dios para avanzar su propia teología.
Los primeros cristianos eran muy conservadores
Los primeros cristianos eran muy conservadores. Para ellos el cambio equivalía al error. Ya que no esperaban ninguna revelación fuera de la de los apóstoles, desechaban de inmediato cualquier enseñanza que no habían recibido de los apóstoles. Por ejemplo, en la carta que una congregación escribió a otra congregación, tenemos lo siguiente: “Ustedes entienden muy bien, sin duda, que aquellos que desean promover nuevas doctrinas se acostumbran pronto a pervertir las pruebas en las Escrituras que desean usar, conformándolas a su propio parecer. . . . Por lo tanto, un discípulo de Cristo no debe recibir ninguna doctrina nueva, ninguna que se añade a lo que ya nos fue dado por los apóstoles.”5
Cuando uno cree que cualquier cambio constituye error, las cosas no cambian mucho. Si comparamos el cristianismo del segundo siglo con el de tercer siglo, vemos esto mismo muy bien. Cuando comparamos los escritos de los dos siglos, vemos muy pocos cambios en las doctrinas enseñadas en todas las iglesias o en los preceptos morales que seguían. Había algunos cambios leves sí, pero mayormente tenían que ver con el gobierno de la iglesia y su disciplina.6
Consultaron a los discípulos de los apóstoles
Otra cosa que me impresionó acerca de los primeros cristianos era su deseo sincero de evitar el extraviarse por descuido de las prácticas de los apóstoles. Como ya dije, la iglesia del primer siglo se aferró a las enseñanzas por palabra de los apóstoles y consultaron con los apóstoles cuando surgía cualquier duda. Si no podían consultar con los apóstoles, consultaron con los ancianos de aquellas iglesias donde los apóstoles habían enseñado personalmente. Esta última costumbre se practicaba hasta el tiempo de Constantino. Por ejemplo, Ireneo escribió: “Pongamos que se levanta entre nosotros una discusión sobre un punto importante. ¿No debiéramos volver a las iglesias más antiguas con las cuales los apóstoles trataban, aprendiendo de ellas lo que es cierto y manifiesto en cuanto a nuestra duda?”7
Recordemos que hasta el año 150 había ancianos en la iglesia quienes habían sido instruidos personalmente por uno o más de los apóstoles. Hasta los principios del tercer siglo, había líderes en la iglesia quienes recibieron instrucción de los discípulos personales de los apóstoles. Claro, consultar con las iglesias fundadas por los apóstoles no era lo mismo que consultar con los mismos apóstoles. Pero cuando tomamos en cuenta el espíritu muy conservador de la iglesia primitiva, vemos que constituye un método válido para evitar desviarse de las prácticas y las enseñanzas de los apóstoles.
Aquí debemos notar que esta costumbre se practicaba voluntariamente. Ninguna iglesia tenía autoridad sobre otras iglesias. Recordemos también que esta costumbre no se basaba en el pensamiento que las iglesias fundadas por los apóstoles tuvieran alguna revelación o autoridad nueva, sino en que servían como el eslabón mejor a la revelación dada a los apóstoles.
Todos enseñaban las mismas doctrinas fundamentales
Ya he dicho que el cristianismo primitivo se caracteriza por una diversidad de creencias sobre los puntos menos importantes de doctrina. A la vez, la gran mayoría de las doctrinas y las prácticas fundamentales—incluso las que tratamos en este libro—se enseñaban casi universalmente en la iglesia primitiva. Esta universalidad de las doctrinas fundamentales de la iglesia me convence a mí que estas doctrinas venían de los apóstoles. No había ningún cristiano en el segundo siglo que hubiera tenido tal grado de influencia en todas las iglesias que hubiera podido originar una doctrina nueva que sería aceptada en todas.
En verdad, Tertuliano destacaba esto mismo cuando combatía a los gnósticos y a otros herejes que afirmaban que la iglesia no enseñaba bien las doctrinas de los apóstoles. La defensa de Tertuliano ante esta acusación pudiera dirigirse igualmente a los cristianos de hoy en día:
“Es absurdo afirmar que los apóstoles o ignoraban el alcance completo del mensaje que les fue encomendado, o que faltaron de enseñar la norma completa de la fe. [Entonces] vamos a ver si acaso las iglesias, por su propia cuenta, hubieran cambiado la fe que les fue entregada por los apóstoles. . . . Supongamos, por ejemplo, que todas las iglesias hubieran errado y que el Espíritu Santo no tuviera suficiente interés para guiar ni siquiera a una iglesia a la verdad, aunque por eso mismo Cristo nos lo mandó a nosotros. . . . Supongamos, también, que el Espíritu Santo, el Mayordomo de Dios y el vicario de Cristo, descuidara su oficio y permitiera que las iglesias entendieran mal y enseñaran doctrinas distintas a las que él mismo había enseñado a los apóstoles.
”Si tal fuera el caso, ¿será probable que tantas iglesias, apartándose de la verdad, hubieran llegado a concordarse en una sola fe? Ninguna desviación fortuita por tantas personas hubiera podido resultar en que todas estuvieron de acuerdo. Si las iglesias hubieran caído en errores doctrinales, ciertamente tuvieran hoy varias enseñanzas. Ahora bien, cuando lo que les fue encomendado [esto es, la fe cristiana] se halla entre ellos unido y de acuerdo, no puede ser que resulte de error, sino de preservar lo establecido desde la antigüedad.”8
Yo no puedo burlarme del argumento de Tertuliano. Si las iglesias se hubieran apartado de la única fe verdadera predicada por los apóstoles, ¿cómo es posible que todas resultaran enseñando lo mismo? En ese tiempo, no había ningún papa, ni jerarquías eclesiásticas, ni concilios mundiales, ni seminarios, ni siquiera impresos. No había ninguna manera de diseminar enseñanzas erróneas en todas las iglesias. No había ni siquiera un credo que fuera usado en todas las iglesias de los siglos dos y tres. Cada congregación tenía su propia declaración de doctrina cristiana. Entonces, ¿en qué manera hubieran podido estas iglesias llegar a las mismas interpretaciones y prácticas si no es que siguieron fielmente lo que les fue enseñado por Pablo y los demás apóstoles? Y notemos una cosa más. Trescientos años después de la muerte de Cristo, los cristianos formaban un cuerpo unido. Pero, trescientos años después de la Reforma, los cristianos estaban divididos entre centenares de grupos y sectas disidentes. ¿No deberemos aprender algo de este hecho?
Andaban en las pisadas de Jesús
Un amigo que oyó que yo estaba estudiando los escritos de los primeros cristianos me escribió una carta en que me dijo: “Yo tengo una teoría. La manera de conocer la autenticidad de los que se conocen como ‘padres de la iglesia’ es comparar sus ideas y su vida con lo que vemos en Jesús y sus discípulos.” Yo sabía que él tenía razón. Difícilmente sostuviéramos que los primeros cristianos guardaban las enseñanzas apostólicas si sus vidas contradijeran los fundamentos enseñados por Jesús y los apóstoles.
Pero, como ya hemos visto, los primeros cristianos vivían de acuerdo a las enseñanzas de Jesús y los apóstoles en una manera muy literal. Sus vidas reflejaban su lealtad a Jesús.
¿Qué dijo Jesús acerca de sus enseñanzas?
Por fin, y como punto más importante, tenemos el testimonio de Jesús mismo acerca de estos cristianos. Al final del primer siglo, él evaluó a siete iglesias y dejó escrito su evaluación en el libro de Apocalipsis. Muy pocos años separaron este libro escrito por Juan de los primeros escritos que he citado en este libro. Lo cierto es que las cartas de Ignacio y Clemente de Roma probablemente se escribieron antes que Apocalipsis.
En el libro de Apocalipsis, ¿qué dijo Jesús a estas siete iglesias representantes de las demás? ¿Las reprendió por sus doctrinas falsas? ¿Les censuró porque creían que las obras tienen que ver con la salvación? No. Muy al contrario.
Les exhortó que aumentaran sus obras. Dijo a la iglesia en Sardis que sus obras no eran completas. Pero no dijo nada a ninguna iglesia acerca de sus doctrinas fundamentales. Su censura más importante contra estas iglesias era que daban lugar entre ellos a algunos maestros inmorales y a las personas que los seguían. Y este problema sí se remedió en el segundo siglo.
No hay nada en los mensajes de Jesús a las siete iglesias que nos hiciera creer que ellas enseñaran doctrinas falsas. Como ya dije, Jesús no reprendió en ningún punto a la iglesia de Esmirna, iglesia donde Policarpo era el obispo. ¿Qué medida de aprobación mayor que ésa pudieran recibir? Agradaban a Dios.
Pero si los primeros cristianos no cambiaron las enseñanzas de los apóstoles, ¿quién las cambió?





11. ¿Fue la Reforma un retorno al cristianismo primitivo?

A menudo la historia se repite. Esto es cierto de lo espiritual como también de lo secular. Por ejemplo, la controversia entre Pelagio y Agustín volvió a efectuarse en el siglo dieciséis en Europa. Los nombres de los actores eran diferentes, y los detalles doctrinales cambiaron levemente. Pero los resultados fueron virtualmente idénticos.
Otra vez, el tema central era la salvación. A través de los siglos, la iglesia católica romana se había apartado poco a poco de la posición de Agustín sobre la predestinación estricta. En lugar de eso, la iglesia católica antes de la Reforma enseñaba que las buenas obras sí tenían que ver con la salvación. En eso, su doctrina se parecía a la de los primeros cristianos. Pero para los primeros cristianos, las “buenas obras” no eran sino la obediencia a los mandamientos de Dios. Los católicos de la Edad Media extendieron el significado de este término hasta incluir también a tales prácticas ceremoniales como el hacer peregrinaciones, el contemplar reliquias, y el comprar indulgencias. No obstante, los católicos de esa época no enseñaban que uno podía ser salvo aparte de la gracia de Dios, aunque muchos hoy en día creen lo contrario.
La Reforma se inició como respuesta al abuso en la práctica católica romana de conceder indulgencias. En la teología católica, la indulgencia es el perdón de los pecados que concede libertad de las penas incurridas por ellos. Se creía que el papa tenía el poder de conceder indulgencias tanto a las personas vivas como también a los que estaban en el purgatorio, con tal que el que las recibía o el que las pedía estuviera arrepentido y diera limosnas a la iglesia o a alguna obra caritativa.
Al papa le faltaban los fondos necesarios para reedificar la iglesia de San Pedro en Roma. Por lo tanto, autorizó a cierto dominico llamado Juan Tetzel a que reuniera los fondos por medio de la venta de indulgencias en Alemania. Tetzel era orador entusiástico, y aparentemente hacía muchas afirmaciones fantásticas acerca del poder de las indulgencias. El jugaba con las preocupaciones de los fieles por el alma de sus parientes difuntos, diciendo: “Tan pronto como la moneda resuena en el cofre, el alma de su amado brinca del purgatorio.”1
Un día cierto joven le preguntó a Tetzel si el comprar la indulgencia le aseguraría el perdón por cualquier pecado. 
—Claro que sí —respondió Tetzel.
—¿Aun si el pecado no se ha cometido todavía, pero la persona sólo lo está pensando?
—¡No importa! —le aseguró Tetzel—. No hay ningún pecado demasiado grande.
Con eso, el joven entusiasmado compró la indulgencia.
Después de terminar Tetzel su negocio lucrativo en aquel pueblo, emprendió su viaje al próximo pueblo. En el camino, se topó con una pandilla de ladrones que le quitaron todo cuanto tenía, incluso el dinero que había ganado vendiendo indulgencias. El dirigente sonriente de la pandilla era el mismo joven que había comprado la indulgencia esa misma tarde cuando estaba contemplando el pecado que iba a cometer—el robo.
Las afirmaciones de Tetzel no pasaron sin ser desafiadas. Un monje energético llamado Martín Lutero, ardiendo con indignación, se confrontó con Tetzel y desmintió sus afirmaciones ridículas. Cuando la iglesia no hizo nada para hacer callar a Tetzel, Lutero clavó 95 proposiciones contra las indulgencias en la puerta de la iglesia en Wittenburg, Alemania. En ellas propuso un debate público sobre el tema de las indulgencias. 
En la actualidad muchos cristianos tienen conceptos erróneos en cuanto a estas 95 proposiciones. No eran una lista de doctrinas reformadas, sino sólo una lista de afirmaciones sobre las indulgencias. Por ejemplo, la proposición número 75 afirmó: “Creer que la indulgencia papal pudiera absolver al hombre que hubiera cometido un pecado imposible, como violar a la Madre de Dios—eso es locura.”2 Aparentemente, o Tetzel o alguno de sus ayudantes habían afirmado eso mismo.
El fuego que comenzó a arder en Wittenburg tal vez hubiera permanecido allí, excepto por una invención nueva de aquel entonces: la imprenta. Sin que Lutero lo supiera, sus 95 proposiciones fueron impresas por los impresores de la ciudad y se distribuyeron en casi toda Europa.
Pronto estalló un choque fuerte entre Tetzel y Lutero. Para apoyar su posición contra Tetzel, Lutero sucumbió a la primera ley de Newton sobre las acciones y reacciones; pasó al otro extremo. Para hacer eso, no tenía que inventar ninguna teología nueva. Siendo monje agustino, no más tenía que resucitar algunos puntos de la teología olvidada de Agustín. Siguiendo la teología de Agustín, Lutero propuso que la salvación depende exclusivamente de la predestinación. Enseñó que los hombres no podemos hacer nada bien, que no podemos ni creer en Dios. Sostuvo que Dios concede el don de la fe y de las buenas obras a quiénes él quiera, esto es, a los predestinados según su voluntad desde antes de la creación del mundo. A los demás él los elige arbitrariamente para la condenación eterna.3
Además, Lutero afirmó que uno no puede ser salvo si no cree en la doctrina de la predestinación absoluta. Hablando de la predestinación, dijo: “Porque el que esto no sabe, no puede ni creer en Dios ni adorarlo. En realidad, el que no sabe eso no conoce a Dios. Y con tal ignorancia, como todos saben, no hay salvación. Porque si usted duda, o si rehúsa a creer que Dios sabe de antemano todas las cosas y las fija según su voluntad, no dependiendo de nada sino sólo de su propio consejo inmutable, ¿cómo podrá usted creer en sus promesas, y confiar y descansar en ellas?... [El que no cree eso] confiesa que Dios es engañador y mentiroso—¡es incrédulo, la impiedad mayor de todas, la negación del Dios Altísimo!”4
Lutero tomó prestadas unas cuantas doctrinas más de las enseñanzas de Agustín, incluso la doctrina de la guerra santa. Cuando el pueblo pobre de Alemania se sublevó contra el trato inhumano de la nobleza, Lutero sabía que los nobles bien pudieran culparlo a él y a sus enseñanzas. Pero sabía igualmente bien que su vida dependía del favor de los nobles. Por eso, el exhortó a los nobles que suprimieran la rebelión a viva fuerza, incitándolos con las siguientes palabras:
”Esta, pues, no es hora de estar dormido; ahora no hay lugar para la paciencia ni la misericordia. Esta es la hora de la espada, no de la gracia... Cualquier campesino que muera se perderá de cuerpo y de alma, y será del diablo para la eternidad. Pero las autoridades tienen la conciencia limpia y una causa justa. Pueden decir a Dios con plena confianza: ‘He aquí, Dios mío, tú me has nombrado como príncipe y señor, de eso no tengo la menor duda. Y me has dado la espada para castigar a los malhechores... Por tanto, los castigaré y los mataré hasta que deje de latir mi corazón. Tú serás mi juez y me justificarás.’
”Por eso digo que el que se muere en la batalla como aliado de la autoridad puede ser un mártir verdadero a los ojos de Dios... Hora rara ésta, cuando ¡el príncipe puede ganar un lugar en el cielo con el derramar sangre, mejor que pueda otro con el orar! ¡Apuñala a quien pueda, apaléalo y mátalo! Si te murieras en la batalla, ¡bien de ti! Una muerte más bendita no la hay.”5
Los nobles siguieron estas palabras de Lutero sin vacilar, pisoteando las cuadrillas de campesinos salvajemente. En la guerra breve que siguió, cometieron atrocidades indecibles. Los campesinos que no murieron en el combate fueron torturados horriblemente y luego ejecutados.
Durante los 1.100 años entre Agustín y Lutero, el cristianismo del Occidente se había pasado de un lado al otro, de un extremo al otro, pero volvió casi al mismo lugar donde Agustín lo había dejado. La Reforma no fue un retorno al espíritu de los primeros cristianos ni a sus enseñanzas. Es cierto que Lutero rechazó muchas de las prácticas pervertidas que se habían apoderado de la iglesia después de Constantino; por ejemplo, el uso de las imágenes y de las reliquias, las oraciones a los santos, las misas celebradas a favor de los muertos en el purgatorio, el celibato obligatorio del clero, la venta de las indulgencias, y las peregrinaciones religiosas como obra de mérito. Al eliminar estas prácticas, Lutero sí se acercó unos cuantos pasos al cristianismo primitivo. Pero, por otra parte, en su retorno a la teología de Agustín, Lutero también se alejó unos cuantos pasos del cristianismo primitivo.
Nuestra única autoridad: ¿La Biblia, o la interpretación luterana de la Biblia?
Quizás la contribución mayor de Lutero al cristianismo occidental fue su énfasis sobre la Biblia como la única fuente de autoridad. “Sola Scriptura” (sólo la Escritura) se hizo uno de los estandartes de la Reforma. Sin embargo, “sola Scriptura” muchas veces fue solamente un lema, no una práctica. Lutero tradujo la Biblia al alemán para que el pueblo la leyera. Pero a la vez, procuró asegurarse de que la leyeran sólo tomando en cuenta las interpretaciones de él.
En el capítulo 13 di algunos ejemplos del prólogo al Nuevo Testamento de Lutero, en el cual él procuró dirigir la atención de los lectores lejos de las partes de la Biblia que contradecían su teología. También procuró subrayar lo que le gustó. La introducción de Lutero a Romanos se agrandó a más de la mitad del mismo libro de Romanos. En esa introducción, Lutero declaró: “Esta epístola es en realidad el corazón del Nuevo Testamento y contiene el evangelio más puro”.6 Al decir así, elevó a Romanos sobre los demás libros del Nuevo Testamento. También afirmó: “Para comenzar, tenemos que entender el lenguaje y llegar a comprender el significado de los términos que usa San Pablo: la ley, el pecado, la gracia, la fe, la justicia, la carne, el espíritu, etc. De otra manera, el leer este libro nos aprovechará poco.”7 Luego Lutero propuso definiciones a estas palabras, muchas veces contradiciendo terminantemente la manera en que los primeros cristianos usaban los mismos términos.
En su prólogo a la epístola a los Hebreos, Lutero atacó esta epístola, escribiendo: “Otra vez, hay un nudo difícil de desenredar en los capítulos seis y diez, ya que niegan terminantemente que los pecadores puedan arrepentirse después de su bautismo, o que puedan buscar el arrepentimiento. Y en el capítulo doce dice que Esaú procuró el arrepentimiento y no lo alcanzó. Esto me parece, así como está, oponerse totalmente a los evangelios y a las epístolas de Pablo. Y aunque uno pudiera tratar de paliarlo, las palabras quedan tan claras que no creo que se pudieran colorear lo suficiente. En mi opinión, ésta es una epístola de muchas piezas reunidas, y no trata ningún tema de manera ordenada.”8
Así el lema de Lutero de “sola Scriptura” fue en realidad un mito, un engaño, ya que él mismo procuró con diligencia que los cristianos no oyeran solamente la Escritura. A fin de cuentas, no quedaron las Escrituras como la única fuente de autoridad para la Reforma, sino la interpretación que daba Lutero a las Escrituras.
Antes de dejar de hablar de Lutero, hace falta que clarifique que creo que las contribuciones positivas de Lutero al cristianismo son mucho mayores que sus faltas. He hablado más de sus faltas que de sus puntos fuertes porque la iglesia evangélica siempre le ha puesto sobre un pedestal. La mayoría de los evangélicos ya saben sus puntos fuertes y sus realizaciones positivas. Lutero era un hombre valiente de Dios, quien arriesgó la vida para avivar a una iglesia muerta espiritualmente. Podemos admirar sus cualidades ejemplares sin repetir sus errores.
Lutero quiso hacer volver la iglesia a las creencias de los primeros cristianos, pero él sabía muy poco de lo que creían los cristianos de los siglos más tempranos. La mayoría de los escritos de los primeros cristianos no estaban disponibles a los cristianos del Occidente cuando la Reforma empezó. Por eso, Lutero creyó equivocadamente que las enseñanzas de Agustín eran las mismas que tenían los primeros cristianos. Cuando los escritos de los primeros cristianos se hicieron disponibles, las doctrinas de la Reforma ya se habían fijado, y nadie tenía el valor de cambiarlas.





12. El renacimiento del cristianismo primitivo

Lutero prendió el fuego que transformó al cristianismo del Occidente para siempre. Si no hubiera hecho ninguna otra contribución al cristianismo, la iglesia siempre tendría porqué agradecerle. Su confrontación osada con la iglesia católica romana inspiró a millares de personas más a que dudaran las enseñanzas de esa iglesia y que rompieran con su esclavitud. Entre estas personas estaban algunos cristianos que se llamaban “los hermanos”, aunque sus enemigos los llamaron “anabaptistas”, nombre que aún se les da. 
De los distintos grupos llamados por este nombre, no todos tenían tanto en común. Por esta razón, en este capítulo, utilizo el nombre “anabaptista” para referirme a “los hermanos” que salieron de la Reforma en Suiza, y a sus sucesores.
Desechando los dogmas y las tradiciones que habían reinado por siglos, los anabaptistas procuraron restaurar el cristianismo puro del Nuevo Testamento con el estudio de sólo las Escrituras. Las otras alas de la Reforma consideraban algunas de sus conclusiones sumamente revolucionarias y radicales. Por ejemplo, los anabaptistas enseñaban que debe haber una separación entre la iglesia y el estado. Desde el tiempo de Constantino, la iglesia y el estado estaban casados, podemos decir, el uno con el otro. Nadie—ni Lutero ni Calvino—se había atrevido a romper este matrimonio antiguo. La estructura completa de la sociedad de ese tiempo dependía de ese matrimonio. Muchos creían que la enseñanza de los anabaptistas sobre la separación de la iglesia del estado conduciría a la anarquía.
Había otra enseñanza de los anabaptistas que inquietaba al mundo de entonces. Enseñaban que el bautismo de los niños no tenía valor y que, por lo tanto, todos los creyentes verdaderos debían recibir el bautismo después de creer como adultos. De esta enseñanza recibieron el sobrenombre “anabaptista”. Este nombre significa “el que rebautiza”. Después del tiempo de Agustín, se bautizaba a todos los niños porque Agustín enseñó que el niño no bautizado no podía ser salvo. Desde el tiempo del emperador romano Justiniano (527-565), el que rebautizara a un católico caía bajo pena de muerte. Todos los grandes reformadores—Lutero, Zwinglio y Calvino—apoyaban el bautismo de niños. No bautizaron otra vez a los que dejaban la iglesia católica para unirse a la iglesia de ellos. En ningún país se permitía el bautizar a un creyente adulto. Casi no había ningún país, estado o cuidad en toda Europa que diera permiso a los anabaptistas para que vivieran en él. Uno de los anabaptistas lamentó: “Al maestro fiel que predica la palabra del Señor con buena conciencia no se le permite vivir, en cuanto sepamos nosotros, en ningún reino, país, o ciudad bajo el cielo, si a él lo descubrieran.”1
Dentro de pocos años, casi todos los líderes originales de los anabaptistas habían sido arrestados y ejecutados. Las autoridades perseguían a los anabaptistas dondequiera que estaban. Tenían que huir de un lugar a otro y tener sus reuniones en los bosques y en otros lugares escondidos. A pesar de eso, predicaban el evangelio sin descansar y muchos se unieron a ellos.
Los primeros líderes de los anabaptistas tuvieron muy poca oportunidad, o ninguna, de leer los escritos de los primeros cristianos. Sin embargo, lograron recrear la vida y la doctrina de la iglesia primitiva extraordinariamente bien. El hecho de que los anabaptistas sacaron sus creencias solamente de la Biblia, y no de los escritos de los primeros cristianos, verifica muy bien que el cristianismo primitivo también tenía su base sólo en la Biblia.
Semejanzas asombrosas entre los anabaptistas y los primeros cristianos
En alto grado, los anabaptistas rechazaron las cosas de este mundo; vivían como ciudadanos del reino celestial. Los de las otras iglesias los aborrecieron a causa de esto. Distinto a Lutero, quien despreció el evangelio de Mateo, los anabaptistas tomaron muy en serio las enseñanzas de Jesús en el sermón del monte. Dieron gran énfasis a que el cristiano renacido tiene que vivir de acuerdo a estas enseñanzas. Las obedecían muy literalmente. 
La mayoría de las iglesias de hoy en día cuidan a los necesitados, pero las iglesias de la Reforma no lo hacían. Como resultado de esto, los anabaptistas contrastaron grandemente con la iglesia luterana, la iglesia reformada, como también con la iglesia católica en su cuidado fraternal los unos de los otros. Los anabaptistas decían a las demás iglesias:
”Enseñamos y practicamos la piedad, el amor y la comunidad, y los hemos enseñado y practicado por diecisiete años. Alabado sea Dios para siempre, que aunque nos han quitado muchas de nuestras propiedades, y nos las quitan aún, y aunque muchos padres y madres piadosos han sido entregados a la espada o al fuego, y aunque—como todos saben—no podemos vivir en tranquilidad en nuestros hogares . . . con todo, ninguno de los que se han unido a nosotros, ninguno de los niños huérfanos entre nosotros, se ha visto obligado a pedir limosna. Si ésta no es la práctica cristiana, mejor abandonáramos el evangelio completo de nuestro Señor.
”¿No es una hipocresía triste e intolerable que aquellas pobres gentes [los luteranos] se jactan de tener la palabra de Dios, de ser la iglesia cristiana verdadera, pero nunca se acuerdan de que han perdido totalmente la marca del cristianismo verdadero? [Juan 13.35; 1 Juan 3.16-18]. Muchos de ellos viven en pleno lujo, vestidos de seda y terciopelo, de oro y plata, y de toda pompa y esplendidez, . . . pero dejan que sus miembros pobres y afligidos anden pidiendo limosnas. [Obligan] que sus pobres, sus hambrientos, sus dolientes, sus ancianos, sus cojos, sus ciegos y sus enfermos anden mendigando pan a las puertas de sus casas.
”Oh predicadores, queridos pastores, ¿dónde está el poder del evangelio que ustedes predican? . . . ¿Dónde están los frutos del Espíritu que han recibido?”2
Igual a los primeros cristianos, los anabaptistas también predicaban el mensaje de la cruz. Preguntaban: “Si la Cabeza [Cristo] tenía que soportar tan grande persecución, dolor, aflicción y angustia, ¿sería posible que sus siervos, sus hijos y los miembros de su cuerpo vivieran en paz y libertad en cuanto a su carne?”3 Pero aunque fueron perseguidos, torturados y ejecutados cruelmente, ellos rehusaron resistir a sus perseguidores o vengarse de ellos.
Uno de los ejemplos más conmovedores de un amor verdadero por otros es él de Dirck Willems. Huyendo de las autoridades católicas que le perseguían, Willems corrió sobre el hielo que se había formado encima de un lago. Llegando sin novedad a la ribera, echó un vistazo hacia atrás y vio que el agente que le perseguía se había hundido en el agua helada y que no escaparía de morir ahogado. Willems volvió al agente en peligro y le rescató del agua. Pero el magistrado que quedaba aún sobre la otra ribera ni a causa de eso le tuvo misericordia. Ordenó que el agente arrestara a Willems. Después de ser encarcelado y juzgado, Willems fue quemado vivo.
Otra vez, de acuerdo al ejemplo de los primeros cristianos, los anabaptistas rehusaron usar la espada para apoyar a su patria. No la usarían ni para defender a la patria ni para ejecutar a los malhechores.4 Obedientes a las palabras del Señor Jesús, rechazaron cualquier juramento.5 En vez de predicar un evangelio de salud y prosperidad, subrayaron la importancia de la vida sencilla. En verdad, a causa de la persecución, la mayoría de ellos vivían en pobreza calamitosa. 
Aun su teología se asemejaba mucho a la de los primeros cristianos. Aunque el lema de la Reforma era “la salvación sólo por la gracia”, los anabaptistas enseñaban que la obediencia es esencial a la salvación. Pero con todo, no enseñaban que la salvación se gana con una acumulación de buenas obras, y rechazaron completamente las obras ceremoniales que los católicos enseñaban para la justificación. Subrayaron que la salvación es un don de Dios.
En sus puntos esenciales, su doctrina acerca de la salvación era idéntica con la de los primeros cristianos. Pero porque enseñaban que la obediencia es esencial para la salvación, los luteranos y los cristianos reformados los llamaban “asaltantes del cielo”.6 En esta época cuando los otros grupos de la Reforma subrayaban las doctrinas de Agustín, los anabaptistas rechazaron totalmente la doctrina de la predestinación. Al contrario, enseñaban que la salvación es para quienquiera, y que cada quien escoge por sí mismo o aceptar la gracia de Dios ofrecida para la salvación de su alma, o rechazarla.
No obstante, no todas las doctrinas de los anabaptistas eran idénticas a las de los primeros cristianos. Por ejemplo, su enseñanza acerca del bautismo difería un poco. Me parece que otra vez esto es un ejemplo de la primera ley de Newton sobre la teología. Tanto la iglesia católica, como también la luterana y la reformada, se aferraban a la creencia de los primeros cristianos en cuanto al bautismo: que somos renacidos por el bautismo y que el bautismo es tanto el medio de la gracia de Dios como también la señal de ella. Sin embargo, el bautismo en estas iglesias se había degenerado en una ceremonia sin significación, ceremonia administrada a todos los niños recién nacidos. Así perdieron la creencia de los primeros cristianos de que ser renacido por el bautismo resultaba en una transformación total de la vida. Reaccionando a este abuso del bautismo, los anabaptistas corrieron al otro extremo, por lo menos en sus enseñanzas verbales. Enseñaban que el bautismo era la señal de la gracia de Dios, pero no el medio de ella. Decían que el bautismo en agua simbolizaba que el creyente moría a su vida anterior y que se resucitaba a una vida nueva en Cristo.7
Aunque sus enseñanzas verbales diferían de las de los primeros cristianos, los anabaptistas lograron restaurar el bautismo al papel que había desempeñado en el cristianismo primitivo. Como primer punto, rechazaban la doctrina de Agustín de que los niños no bautizados serían condenados. Bautizaban sólo a aquellos que tenían fe personal en Jesús y que se habían arrepentido de sus pecados pasados. Enseñaban que uno nace de nuevo por el proceso entero de la fe personal, el arrepentimiento, el bautismo en agua, y el bautismo del Espíritu Santo.8  Esto armoniza muy bien con las creencias de los primeros cristianos, quienes también enseñaban que la fe personal y el arrepentimiento debían preceder al bautismo.
La historia se repite otra vez
Las analogías entre los anabaptistas y los primeros cristianos no toca sólo sus creencias y prácticas. La decadencia de los dos grupos también se parece. Mientras eran perseguidos, los anabaptistas brillaban con el celo del evangelio y un espíritu cristiano que casi igualaba a los de los primeros cristianos. Aunque se les prohibía predicar, siempre evangelizaban más energéticamente que cualquier otro grupo de la Reforma. E igual a los primeros cristianos, su sangre servía como la semilla para la propagación del movimiento. 
Pero también igual a la iglesia primitiva, el movimiento anabaptista decayó espiritualmente, no porque se les perseguía, sino porque faltaba la persecución. Tan pronto como los gobiernos de Europa les concedía la tolerancia religiosa, se retiraban a sus enclaves de tranquilidad, perdiendo el vigor de su visión de compartir lo que creían con las demás iglesias. Su ética de trabajar arduamente condujo a muchos a la prosperidad material. Pronto les interesaban más las riquezas de esta vida que las riquezas de la vida venidera.
Otra vez, siguiendo el camino trazado por la iglesia primitiva, cuando los anabaptistas perdieron su vigor espiritual, se enredaron en las disputas doctrinales. Después de unos siglos, el movimiento empezó a romperse en una serie sin fin de desacuerdos y divisiones. 
Aunque los primeros anabaptistas habían subrayado la transformación del hombre interior, sus sucesores pusieron más énfasis en las cosas exteriores. El vestido y la apariencia del cristiano se volvió más importante que la condición de su corazón. Algunos líderes anabaptistas trataron de legislar la justicia personal, fijando muchas reglas hechas por hombres, en vez de dejar que el Espíritu de Dios cambiara al hombre comenzando desde el interior.
¿Está muerto el anabaptismo?
A pesar de la decadencia espiritual del movimiento, los anabaptistas dejaron su efecto en la iglesia. Aunque mucho más pequeño que las otras dos alas de la Reforma, muchas de sus enseñanzas ahora son aceptadas por la mayoría de los evangélicos: por ejemplo, la separación entre la iglesia y el estado; el no perseguir a otros por su fe; el bautismo de creyentes solamente tras el arrepentimiento personal y la conversión; la salvación accesible a quienquiera.
Además, los anabaptistas no han desaparecido. Los menonitas y otros grupos que se originaron con ellos descienden directamente de los anabaptistas originales. Pero lamentablemente, no han podido recapturar el celo y el poder de sus antecesores. Como vimos, los anabaptistas eran los evangelistas más eficaces de las tres alas de la Reforma, pero muchos de sus sucesores de hoy en día tienen poco celo para el evangelismo. Muchos de ellos esconden su luz. Les interesa más si uno de los miembros de su iglesia tiene botones en la chaqueta de su traje que si comparte su fe con sus compañeros humanos. Se han puesto trabas ellos mismos por su preocupación con los aspectos exteriores de la religión. 
No digo esto con la intención de criticarlos o juzgarlos. Lo digo en amor y con una tristeza sincera. En lo profundo de su corazón todavía arden los rescoldos de la visión ferviente de los anabaptistas. Y la visión de los primeros cristianos. Pueda que Dios aún avive estos rescoldos, haciendo de ellos una llama ardiente que traería un avivamiento a toda la iglesia.















¿Dónde están la cruz de abnegación y sufrimiento, y el estandarte de fe y amor, que llevaban los primeros cristianos? Quedaron tirados en las calles polvorientas de Nicea. Pero no es demasiado tarde. La iglesia puede volver, recogerlas, levantarlas y llevarlas otra vez.






























































2 comentarios:

  1. WAO!! Tremendo mensaje mi hno. Tendre que leerlo comodamente mas de una vez!! Bendiciones mi amado!!

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  2. Muy buen ensayo. Los teólogos buenos y serios, como se aprecia que es usted, no niegan la herencia doctrinal de los padres de la iglesia, tanto griegos como latinos.
    Sin embargo, usted extrae de ellos solo lo conveniente a su disertación, y como la mayoría de los cristianos no conoce a dichos autores, se dejan impresionar.
    Si leemos completamente y sin cortar pedazos los padres de la iglesia, llegaríamos a la conclusión de que la única iglesia de Cristo es la católica, dividida por razones históricas desafortunadas,en dos ramas: iglesia católica Romana y sus distintos ritos orientales (melquita, maronita, copta, greco católica, bizantina, etc y ect., Y la iglesia católica ortodoxa.

    Hay que ser muy ingenuo para leer los padres de la iglesia primitiva y no ver en sus escritos donde hablan de la Eucaristía como cuerpo real de Cristo y de la estructura jerárquica de la iglesia, y una serie de detalles que describen la iglesia católica y ortodoxa tal como son hoy día,
    en su liturgia y su doctrina. Usted como griego bien sabe que en su país, el fenómeno protestante es algo muy posterior y que cambió la doctrina cristiana en si, al excluir la liturgia y el concepto original de la Eucaristía. En Grecia, en Israel y todo el medio oriente, sólo se respira catolicismo y ortodoxia , como signo visible de que son las únicas herederas de ese cristianismo primitivo.
    Pero de todas formas concuerdo con usted de que debemos siempre volver a esa esencia interior del cristianismo de los primeros siglos, pero no fundando otras iglesias y siguiendo proyectos personales como el suyo. Porque aunque usted tenga las mejores intenciones del mundo, y sea el mejor predicador del mundo, no deja de ser un proyecto basado en su propia persona. Dentro de poco, también dentro de su ministerio saldrán otros lideres "iluminados" que lo contradeciran y fundaran otras iglesias antagónicas, como sucede a diario en los Esatdos Unidos, que fundan iglesias de manera infinita.
    La vida de la iglesia es un llamado constante a la conversión, pero una conversión que debe ser vivida como proceso revolucionario y renovador dentro de la única iglesia de Cristo, para mantener la unidad como quiere Cristo, nuestro Señor.


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